Te encontré en otros ojos

Hugo Dodero

Portrait of Ivan Morozov (1910)-Valentin Serov




No te buscaba, o al menos eso creía, pero ahí estabas. Al principio las señales fueron confusas. Recuerdo una sospechosa familiaridad al principio, como si recorriera un camino mil veces transitado, pero no te reconocí. Quizás porque estos nuevos ojos eran verdes, tan distintos a los tuyos que eran tan marrones y comunes, que no supe ver quién eras. Igual que en aquellos tiempos, estos viejos nuevos ojos se dedicaron a abrir las heridas que creía cerradas. Cuando estos nuevos ojos me miraban, como los tuyos, sacaban a la superficie todos mis miedos e inseguridades. Quizás por eso me resultaron tan familiares. Estos ojos me miraron y yo comencé, casi sin darme cuenta, a luchar para que me quisieran. Sentí esa necesidad compulsiva de agradarles, de querer merecer su cariño. Volví en un segundo a ser insignificante, a no sentirme merecedor, a tener que trabajar para que me reconozcan y estos nuevos ojos lo supieron.

Y abusaron de eso.

Luego de la etapa de la seducción, comenzaron los reclamos infinitos, que cuando eran satisfechos sólo daban paso a otro reclamo mayor o, en el mejor de los casos, a la sensación de haber cumplido con el deber y, otra vez, me vi en la trampa mortal de buscar su reconocimiento. Justo es decirlo, a veces ese reconocimiento llegaba, pero de manera y en dosis muy extrañas. Nunca de manera directa, sino dando rodeos. Por ejemplo, estos ojos criticaban a otras personas, entonces elegía escuchar que yo era “el mejor”, aunque en realidad era “el menos malo”. Y me acostumbré, como en aquellos tiempos, a ser comparado con otros, que se convirtieron en mis enemigos, gente a la que tenía que superar y, si podía, pisar. Ellos eran la medida de mi valor. Todos ellos decían cuán valioso era yo. Como pasa en estos casos, al principio estos nuevos ojos me miraron de un modo que se parecía mucho al amor y cuando bajé la guardia -si es que en algún momento la tuve levantada- fueron asestando sus golpes con la sutileza del artesano que va arrancando astillas de la madera hasta darle la forma que él desea. Una forma que dormía oculta en las vetas, entre tantas otras posibles, aunque nunca nadie se preguntó si esa era la que la madera soñaba para sí. Quizás ese trozo de madera sólo anhelaba seguir siendo parte del árbol en el bosque y nunca quiso ser mutilado, lijado, cubierto de barnices o pintura para adoptar la forma de ese Cristo al que la gente le besa los pies sangrantes. Y el artesano siempre vio en ese madero a su Cristo crucificado, que era lo que él quería ver y que todos vieran, lo que a él le iba a servir. El tronco era solo un medio para cumplir sus deseos, nunca un fin en sí mismo. Y para estos nuevos ojos, como para los tuyos, yo fui un medio para alcanzar sus objetivos o sueños, a costa de los míos, que nunca fueron valiosos. No lo fueron para vos, y, reconozco, tampoco para mí. No supe darles valor a mis sueños y no sólo dejé que los ignoraras, sino que yo mismo me encargué de minimizarlos, colaborando para ser ese que estos nuevos ojos querían ver. Pero, más allá del color, estos ojos tenían una diferencia muy importante con los tuyos. Estos nuevos ojos compartieron conmigo más tiempo que el que pasé con vos y en ese tiempo dejaron ver (o quizás yo ahora pude ver) en medio de ese verde esmeralda casi perfecto, algunas manchas. Estos nuevos ojos me abrieron, de manera involuntaria, la entrada a sus miedos y ahí es donde empecé a reconocerte. Por esas pequeñas rendijas pude ver a la persona insegura que necesita degradar y humillar a otros como prueba de su propia grandeza. Vi a la persona que intentaba llenar algún vacío comprando cosas que él solo sentía el derecho a poseer. Y se llenaban de furia cuando otro tenía cosas parecidas a las de ellos. Sólo por miedo, estos nuevos ojos necesitaban usar ropas llenas de colores chillones que pocos a su edad usarían. De esos miedos nació la necesidad de ser distinto a todos y no permitir que nadie quiera parecérsele. De esa mirada nació la necesidad de menospreciar los logros de los demás. De esos miedos nacieron los celos, llevados casi al extremo de la manera de los Reyes que se arrogaban el derecho a fornicar con cualquiera de sus vasallos. De esos miedos nació la necesidad de ser reconocido como un ser único y exclusivo.

Estos nuevos ojos me mostraron tus miedos y tu necesidad de ser reconocido y amado, tus inseguridades disfrazadas de convicciones o desamor. Tu necesidad de usar a la gente -aunque fueran tus afectos- como un medio para tus fines. De esos miedos nació el absoluto desconocimiento y falta de preocupación por los sueños ajenos.

De esos mismos miedos nacen mis lágrimas al recordarte. La imagen de un ser sin sentimientos, al límite de la brutalidad -porque eso era lo que mostraban tus comportamientos- se fue diluyendo para dar paso a una persona que sufría y que nunca supo cómo sanar sin lastimar a otros. Ya no veo a alguien frío y calculador sino a un niño que fue adulto demasiado temprano, sin dejar de ser un nene caprichoso que rompe todos los juguetes. Un adulto que, a pesar de su aparente seguridad, necesitaba un bastón emocional para mantenerse en pie, para tener el apoyo que nunca tuvo.

Cuando estos nuevos ojos me mostraron tus heridas, dejaron de hacerme daño. Hubo un día que me sorprendió ver que me atacaban y yo no necesité responder. El ataque se repitió, y no me conmovió. Empecé a sentirme fuerte, y cuanto más fuerte me sentía, más poderosos eran sus ataques. Y no pudieron conmigo, sólo me hicieron ver mis fuerzas. Al final, estos nuevos ojos lucían como un boxeador agotado que por más que golpeara a su rival, no logra conmoverlo.

Cuando estos nuevos ojos también se alejaron para siempre, sentí por primera vez la soledad y desprotección de tu ausencia, y al mismo tiempo, supe que estaba preparado para salir a pelear por mi mismo. Pero ahora lucho por mis propios sueños que tímidamente van asomando y entre los escombros, se permiten ser escuchados.

Estos nuevos ojos terminaron el trabajo que empezaron los tuyos y sólo quiero decirte ¡Gracias! ¡Gracias papá por haberme empujado hasta acá!

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.