Miguel Ildefonso

La quinta puerta (Editorial Apogeo, 2024) de la poeta y narradora Fabiola del Mar reúne historias que se suceden en Barrios Altos, aquel lugar del viejo centro de Lima que con el paso del tiempo, y perdiendo su hegemonía social, se fue tugurizando anunciando lo que después se volvería toda la inmensa capital, un laberinto no de la soledad, sino de la violencia. Son narraciones con un lenguaje preciso, sin falsas retóricas ni clichés como suele suceder en mucha de la narrativa actual. Los relatos y cuentos de Fabiola del Mar exploran las partes más sensibles de la geografía interior de lo humano, a través de diversas situaciones críticas, paradójicas e irónicas que pertenecen al pasado cercano de la ciudad de Lima, pero no como un fresco costumbrista ni como crónicas de denuncia social.
Tras sus personajes varios, los ancianos, la niña, los amantes, etc., se gestaba la precaria Modernidad peruana en los años 80, entre la construcción de una sociedad democrática y la lucha por la sobrevivencia. Los móviles de estas ficciones, entonces, manifiestan estas tensiones, estos apasionamientos por imponerse, por transgredir o por subyugar; y a veces los dramas narrados son ocasionados por la simple satisfacción que provienen de los más bajos instintos. Estas historias apuntan, de fondo, a lo medular del problema nacional, cuyos conflictos no son precisamente intelectuales o racionales, sino más bien afectivos y viscerales. Y he ahí que la ficción cumple una función importante para entendernos, para conocernos. Por eso, en un comienzo, no se distingue quién es el verdugo y quién la víctima; esas puertas que se van abriendo no disciernen si las víctimas son de la misma sangre o pertenecen a la misma quinta en donde conviven los protagonistas.
Como en los cuentos de Jorge Luis Borges, aquí no parece existir el libre albedrío. Los personajes, por más que se empeñen en no encontrarse con la puerta fatal de su destino, no pueden evitar caer en su propia desgracia, en el vicio de la traición o de la ignominia. La quinta puerta, tal vez, simbólicamente, es ese destino fatal al que parece estar condenado no solo la capital, la grisácea Lima, la del cielo color panza de burro, sino todo el Perú. Pero no, no todo es gris o fatal. La puerta está abierta. La quinta puerta, en realidad, no es aquella salida final sino la entrada a algo nuevo.
