Ojalá (nunca) leas esto…

Hugo Dodero





Acercándose el momento de mi jubilación, guardo pocos recuerdos de la escuela primaria. Sólo haciendo un esfuerzo puedo evocar los nombres de mis maestras: en primer grado Ana María, en segundo Lidia, en tercero Virginia, en cuarto Marta, en quinto grado Alicia y en sexto y séptimo las mismas maestras alternaban materias, ya no teníamos a una sola. Hay otros nombres, pero que no logro recordar qué enseñaban, como los de la señorita Aída y la señorita Elba. En todos los grados la señora de Trimarco -nunca supe el nombre- nos enseñaba actividades plásticas y los sacerdotes se encargaban de las materias religiosas. Las maestras de las que atesoro más recuerdos son Lidia y Alicia. Lidia fue mi primer amor de la escuela. Hace poco encontré la foto grupal de segundo grado y a la derecha, impecablemente erguida, estaba ella. Recuerdo sus ojos marrones, pequeños -como su boca- y algo juntos. En esa época las maestras usaban unos guardapolvos hasta debajo de las rodillas que hacían que sus cuerpos se vieran rectangulares y chatos, sin forma, pero había algo que ningún guardapolvo podía ocultar: su hermosa cabellera rubia. Siempre se peinaba con una raya al medio y el cabello lacio caía sobre sus hombros. En la foto parece un peinado carente de gracia, pero a mis siete años, desbordaba sensualidad. Estaba convencido de que una mujer rubia era inevitablemente bella y de que la belleza iba de la mano de la lista completa de calificativos positivos. No podía haber nada malo en una mujer tan hermosa. También recuerdo a Estelita, una compañera de cabello rubio, que a la distancia recuerdo con bucles, pero la señorita Lidia era distinta, era el epítome de la belleza. Quizás por esa fascinación que ejercía en mí su sola presencia, es que tengo más recuerdos de ese segundo grado que del resto de la escuela primaria. Una de las historias que quedó grabada fue cuando nos comentó una noticia publicada en los diarios acerca de una botella con un mensaje arrojada el mar desde La Plata y que un pescador había encontrado en la cercanía de la costa de Marruecos. Desde ese momento sentí curiosidad por esa idea romántica de un mensaje lanzado sin un destinatario determinado. Un mensaje que el autor confiaba en que Dios, la Providencia o el Destino se iban a encargar de llevarlo a las manos adecuadas.

Sin embargo, hoy me di cuenta de que los mensajes siempre tienen un destinatario, de lo contrario no se escribirían. Si no fuese así quedarían guardados en un cajón, aguardando que el olvido y el desorden hagan su trabajo o esperando que alguien pida un papel para anotar un número de teléfono y tome esa hoja y le arranque un pedacito, y tire el resto. Yo mismo he usado hojas con frases escritas que terminaron llenas de dibujitos geométricos y esbozos de nuevas firmas mientras una tediosa charla telefónica me llevaba a otras dimensiones. Quizás sea la cobardía o el miedo a la respuesta. Algo de eso debe impulsar a la gente a escribir esos mensajes que no se entregan directamente al destinatario.

Hoy no se mandan mensajes en botella, al menos, no como antes. Hay montones de mares a los que arrojar mensajes, como internet y las redes sociales. Mensajes en los que conviven el deseo y el miedo. Que enviamos con la secreta esperanza que los seis grados de separación o un amigo de un amigo de un amigo lo comparta y, milagrosamente, llegue al destinatario final, y a la vez temiendo que ese mensaje llegue a destino. Deseamos con la misma fuerza que no se pierda, como tememos que en algún momento nos llegue la respuesta que tanto nos espanta, esa que nos hizo arrojar al océano un mensaje que debía viajar sólo unos pocos kilómetros.

Estos son los motivos y los miedos que me llevan a escribirte, sin tener el coraje de enviártelo directamente. Y aun siendo presa de esos miedos, redactar un mensaje que desesperadamente espero te llegue de alguna manera. Sabiendo que desde el mismo momento que lo envíe, voy a sentir pánico al abrir la computadora. O que, si eventualmente llegáramos a comunicarnos, desee y tema, en iguales proporciones, que me hagas algún comentario demostrándome que el mensaje efectivamente te llegó. Y en el mismo momento, no querer escuchar la respuesta, aun cuando sueñe que no es la que tanto temo.

Hoy volví de unas vacaciones en Lago Puelo.

Es la primera vez que viajo allí desde que nos separamos.

¿Qué me atrae de Lago Puelo? ¿Qué hace que sienta que dejo un pedazo de mi vida con cada regreso?

Sin duda es la belleza de sus paisajes, pensé. Pero no. Tuve la inmensa fortuna de viajar a otros destinos en la Patagonia durante muchos años.

¿Qué es lo que hace de Lago Puelo eso que podría ser “mi lugar en el mundo”?

Para mí, que llevo una vida gris, Lago Puelo es sinónimo de “extremo”. Todo allí es extremo. La belleza de sus paisajes, la felicidad, las emociones, las angustias, todo en dosis que no puedo manejar…

Hace unos días alguien me dijo que, mientras reordenaba su dormitorio, se dio cuenta que había algunas cosas que no tiraba, y no sabía el por qué. Que esas cosas le traían recuerdos… que añoraba, no a su expareja, sino situaciones vividas. Siento que esa excusa de “extraño situaciones, no a personas”, es mentira. Las situaciones son totalidades… dejan su huella en nuestras mentes y nuestros corazones y son un conjunto de cosas. Ahí estamos nosotros, están los paisajes, están las personas con las que vivimos ese momento. Sin alguno de esos elementos los recuerdos no serían los mismos. Pero de todos esos elementos, lo más importante son las personas. He visto paisajes tan bellos como los de Lago Puelo en San Martín de los Andes o en Villa Pehuenia y sin embargo en esos otros lugares lo que veía eran montañas, bosques y lagos. En Lago Puelo eran muy similares, pero de tu mano esas mismas montañas y bosques se transformaron en sentimientos, en felicidad y en dolor. Y al volver cada lugar que recorrimos juntos surgen dentro mío las mismas sensaciones… y entonces me doy cuenta de que las montañas y los lagos, los árboles y los caminos no tienen ninguna importancia en ese paisaje. Que ese paisaje somos vos y yo y todo lo que sentíamos en ese momento… las miradas, las caricias, los besos, las lágrimas. Todo lo que no se ve en la foto, eso es lo importante del paisaje. Todo lo que hizo que ese lugar, inconmensurablemente bello, sea sólo un decorado.

Voy caminando y recuerdo diálogos, olores, comidas. Y trato con todas mis fuerzas reconstruir ese paisaje que vivimos y sólo logro elaborar burdas copias. Donde hubo deseo, sólo soy capaz de agregar impotencia, donde hubo amor, sólo puedo agregar nostalgia…donde alguna vez estuvo tu cuerpo ahora sólo encuentro mi puño.

Lago Puelo no es hermoso. Fue hermoso lo que viví allí. Lago Puelo no es lo importante, lo mismo me podría haber sucedido en cualquier lugar. Vos y yo éramos lo importante. Mi amor desbordante era lo importante… el dolor, también desbordante, cuando el rayo del recuerdo de tu felicidad pasada partió al medio mi corazón. Esa tarde pensé en insistirte para quedarnos en la cabaña, pero vos querías pasar una noche junto al lago, y yo accedí. Aún recuerdo tu mirada al entrar a la carpa…la misma que habías usado con tu anterior novio las vacaciones en las que decidieron irse a vivir juntos. Por primera vez rechazaste mi abrazo. Volvimos a la cabaña y, también por primera vez, nos dormimos sin tocarnos. A la mañana siguiente te fuiste a caminar sola. “Vámonos” dijiste apenas abriste la puerta. Yo ya había empacado, seguro de cuál sería tu decisión. Volvíamos en silencio y mientras vos manejabas con la ansiedad de querer llegar y reencontrarte con la pareja a la que habías dejado unos meses atrás, mis primeras palabras balbuceadas eran unos versos desordenados de Gustavo Cerati que decían

arriba el sol
abajo el destello
de cómo estalla mi alma…
si algo callé
es porque entendí todo
menos la distancia

Eso susurraba llorando, con la mirada perdida en el abismo del camino de montaña que me impulsaba a abrir la puerta y arrojarme hacia sus profundidades, mientras vos, incapaz de soportar tanto dolor, el tuyo y el mío, decías “vamos, que no se murió nadie”.

Esos mismos versos vinieron a mi memoria y a mi corazón mientras volvía de este último viaje. Y las mismas lágrimas volvieron a mojar mis mejillas, como las que ahora estoy, en vano, tratando de contener mientras escribo este mensaje que mi cobardía me impide enviarte, así que elijo dejar en manos del Destino el decidir si está bien o mal contarte mi dolor.

Eso es Lago Puelo en mi vida. La cumbre del amor. El frío de la soledad.

Lago Puelo es, con los pocos días que estuve allí, el resumen de lo que es la vida. Amor, desolación, alegrías, angustias, dolor. Todo lo que implica estar vivo, está reunido ahí, en ese lugar, en los pocos días que VIVI con mayúsculas…

Aunque hoy el dolor y la tristeza sea el sentimiento que de fondo me acompaña a cada paso, y los recuerdos parecen ensañarse conmigo, creo que voy a seguir volviendo a Lago Puelo.

Quiero que sepas que te equivocaste. Alguien estaba muriendo, aunque aún hoy siga respirando.

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