«Pastillas debajo de la lengua», de Luis Sánchez Martín

Rubén J. Triguero






«Hace semanas que cabalgas entre la depresión y la ira. Sufres y odias con toda tu alma. A personas con nombre y apellido, pero también a una suerte de sombras sin voz ni mirada que te persiguen día y noche».
«Interludio», pág. 37-38.

Al inicio de su monumental Anna Karenina, León Tolstói escribía: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». La infelicidad es una cuestión individual, cada persona la sufre de un modo distinto y deriva de situaciones dispares. Pero sobre todo, cuando se acumulan varios condicionantes es difícil no caer en una espiral de la que es difícil escapar. El poeta Luis Sánchez Martín (Cartagena, 1978) transmite todo ello en «Pastillas debajo de la lengua» (ediciones Liliputienses, 2024), un poemario cuyo contenido refleja todo ese dolor sufrido, toda la miseria que ha rodeado al autor a lo largo de la vida y la inevitable caída hacia el abismo.

«Y toda la maldad y el dolor y el miedo
acumulados en un sillón frente a un televisor apagado».
«El sonido de los días apagado», pág. 8.

La obra está compuesta por tres secciones («Monosílabos de cinco a nueve», «Interludio» y «Los psicólogos de las películas») junto con dos poemas que funcionan a su vez como prólogo y epílogo. Aunque dividida en estas secciones, la obra funciona como un conjunto, y en ella se despliega una exposición del sufrimiento y la desesperación que acarrea la depresión, pero también los acontecimientos que han desencadenado esta situación: la pobreza, el fracaso, la sociedad deshumanizada y la desestructuración familiar. Factores que van muy relacionados y que desencadenan una situación límite, que pudo haber tenido connotaciones trágicas pero que, en cualquier caso, está lejos de tener un final feliz:

«Pero harto, al fin, de buscar sentido a los días
me enfrento al viento helado del exterior
frente a la ventana abierta de este séptimo sin ascensor
que llevo meses sin pagar».
«Un final a lo Chet Baker», pág. 26.

El autor no solo muestra el problema de la enfermedad, sino también la rabia que siente. Porque a fin de cuentas, todo ello ha surgido a raíz de las situaciones que ha tenido que enfrentar a lo largo de la vida, y estas situaciones han sido provocadas por personas que, por el motivo que sea, actúan de ese modo, condicionando la vida de los demás:

«abandonó la carrera tras suspender
su asignatura con un cuatro con ocho
y entender y asumir al fin
para quiénes nunca ha habido
ni habrá oportunidad».
«Organigrama», pág. 15.

El trabajo precario es un tema que también acontece a lo largo del libro. La dureza de un mundo inflexible, anacrónico, en el que empresarios anclados en un capitalismo del siglo diecinueve piensan que el empleado es, básicamente, un ser humano que debe aceptar todos y cada una de sus imposiciones por el simple hecho de haberlo contratado:

«No te quejes
que los anteriores camareros
trabajaban todos los días
en turnos de diez horas
y tenían prohibido
ponerse enfermos».
«Al menos tienes trabajo (Segunda embestida)», pág. 29.

Mientras que la felicidad y el bienestar podrían ofrecer una sensación de equilibrio, de estar en paz con todo aquello que rodea, el dolor y el sufrimiento emergen de lo más hondo del individuo. Tal vez por eso extraiga de los artistas sus piezas más personales, más individuales y enigmáticas. Y el poemario «Pastillas debajo de la lengua» es, sin duda, una manifestación de todo el dolor y toda la rabia acumulada, un artefacto literario crudo y duro, donde se suceden poemas que conforman un fresco de esa situación. Una lectura, a fin de cuentas, que ofrece otra visión de este mundo que habitamos.

«Dios ha muerto y se lo ha llevado todo
pero ha dejado el vodka y las pastillas al alcance de la mano».
«Dios ha muerto y se lo ha llevado todo», pág. 60.

¿Por qué el dolor y el sufrimiento, viajan tan de la mano del arte? Y en esto, surge la pregunta tantas veces escuchada ¿por qué la poesía es tan triste? Tal vez, porque la respuesta, podríamos dar la misma que nos daba Tolstoi

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