Juan Alberto Campoy

El sábado 18 de noviembre estuve en la manifestación de Cibeles. Creo que no acudía a una manifestación desde que tuvieron lugar las grandes manifestaciones en contra la participación española en la guerra de Irak. Ha llovido. Pero la ocasión lo requería. El motivo no podía ser más justo.
No voy a ser yo quien me manifieste sobre la legalidad o ilegalidad de las acciones y compromisos que han facilitado la investidura de Pedro Sánchez. Ya lo dirán los tribunales (tribunales que, desde luego, están muy politizados y, consiguientemente, muy deslegitimados por la intromisión en el ámbito judicial de todos los partidos, no sólo del PSOE, pero “es lo que hay”). Pero, como ciudadano libre que soy, puedo decir lo que pienso. Y pienso algo muy parecido a aquello que pensaba la práctica totalidad de los dirigentes del PSOE con anterioridad al 23 de julio. Aunque no exactamente lo mismo: si bien ellos pensaban (todos ellos: Pedro Sánchez, Carmen Calvo, Juan Carlos Campo, Salvador Illa…) que la amnistía era absolutamente ilegal, yo pienso que hay claros indicios de ilegalidad. No hay que ser tajante; menos aún si uno no es experto en cuestiones legales. Aunque sí quiero ser tajante en lo tocante a la moralidad del acuerdo firmado entre el PSOE y Junts. Se trata de un acuerdo inmoral cuyo único objetivo la permanencia de Sánchez y su partido en el poder. La ley de Amnistía supondría: asumir todo el relato histórico, falso y victimista, de los independentistas catalanes; desacreditar todo el trabajo realizado por la justicia española para frenar el ataque al ordenamiento jurídico español que supuso el intento de secesión del año 2017; y asumir una supuesta prevaricación de los jueces españoles en contra determinados políticos independentistas, quedando expuestos los primeros a las consecuencias dictadas por comisiones políticas creadas “ad hoc”. Y no sólo eso. El prestigio internacional del Estado español quedaría completamente mancillado. Imaginen: un Estado que reconoce que ha condenado a ciudadanos suyos de forma injusta, que reconoce que estos ciudadanos no han tenido más remedio que exiliarse en otro país más democrático y más respetuoso con los derechos humanos, y que reconoce (aumentando hasta el extremo su vileza y ensañamiento) que ha perseguido a esos honrados ciudadanos por todos los medios (intentos de extradición incluidos) para que volvieran a sus garras. Y, para finalizar, el gobierno español tendría que “examinarse” todos los meses en Ginebra con unos señores extranjeros (“relatores” creo que se llaman) que dictaminarían sobre el cumplimiento de sus compromisos con los independentistas.
Y toda esta inmoralidad, todo este dislate, por la simple razón de que a Pedro Sánchez le faltaban siete votos para conseguir su mayoría “progresista”.
Pero, volviendo a Cibeles, ahí estaba yo, rodeado de banderas nacionales. Era consciente (quizá esté equivocado, uno nunca sabe, pero no creo) de que la inmensa mayoría de los congregados eran votantes de partidos de derechas y sumamente patrióticos, cuando este humilde escribidor no ha votado en su vida al PP, ni piensa hacerlo, y cuando su patriotismo llega, como mucho, al nivel del de Jurgen Habermas y su patriotismo constitucional. Y es que ése es otro de los nefastos resultados que ha tenido la actual deriva del partido socialista: que le tengan a uno por derechista. El carácter gregario, adocenado, de los políticos del PSOE (actuando todos a una, como un rebaño) ha provocado que la gente se confunda y tienda a pensar que todo lo que sea contrario a las opiniones de Sánchez (fluctuantes y contradictorias, como ya se sabe) no pueda ser, de ninguna manera, progresista/de izquierdas, y, por tanto, sea necesariamente reaccionario/ de derechas. Lo que hay que tener en cuanta, claro, es que Sánchez no es un político de izquierdas, por mucho que él lo proclame a los cuatro vientos, sino un político sanchista. Y dirá y hará en cada momento sólo y exclusivamente lo que a él le beneficie. Como decía una amiga mía: “el hecho de que te llames águila no quiere decir que puedas volar”.
Afortunadamente, el discurso de los oradores se centró en el asunto importante (esto es, en el ataque llevado a cabo contra la división de poderes y contra el estado de derecho). No estamos, pues, y no debemos estar, en una lucha ideológica, en una lucha entre derechas e izquierdas. De hecho, alguno de los intervinientes se definió como social demócrata, y algún otro como socialista. Pero es verdad que el malvado de Sánchez ha conseguido que se junte uno con personas poco recomendables: a mi lado había un joven airado que se quejaba amargamente de que había muchas banderas azules de la Unión Europea, cuando a él sólo le importaba ¡España!, ¡España! y ¡España!
