Helena Garrote Carmena

La felicidad era el verano en casa de mi abuela.
El sol entonces era siempre amarillo,
como los membrillos recostados entre la ropa blanca del armario.
El jilguero en su jaula,
la rama de laurel y el perejil en la ventana,
el agua, fresca en el botijo
y el melón envuelto en paño blanco.
La sombreada alcoba de mi abuela
la colcha estirada, la bata en la silla y
las estampitas relumbrando por las lamparillas de aceite.
La felicidad era bajar con ella a la tienda y correr a la fuente,
beber con las manos salpicándome las rodillas y el bajo del vestido que me hizo mi madre.
La radio por la mañana, el tic-tac de la siesta,
las copas de colores y el luto del retrato de bodas.
Y por las noches
a la fresca en el portal,
corrillo de vecinas, aletear de abanicos.
El perro estirado al pie de la farola
y yo cogiendo el sueño en el pecho de mi abuela.
y la vida esperándome, a lo lejos.
