Pedro A. Curto

Debía ser aún un adolescente cuando descubrí, en la nocturnidad de mi habitación, una voz en la radio, que con tono poético y una ronquera melodiosa, explicaba, encendiendo una cerilla, cómo se escucha el silencio. Sólo había que dejar a la pequeña llama de fuego consumirse en solemnidad.
Luego se hablaba de cosas que otros no hablaban, y sobre todo, lo hacía de otra forma. La tristeza, la curiosidad, los miedos, tenían voz los vagabundos de la noche y él, Jesús Quintero, era como un confesor de una religión particular vestido de dandi bohemio.
Era El loco de la colina y hacía una radio peculiar y diferente, para noctámbulos y soñadores, para gente rara, porque la normalidad estaba llena de fórmulas. Estuve enganchado a casi todos sus programas, era un genio de la radio, de la comunicación, hizo una televisión poética que hubiese gustado al mismo Pasolini, que odiaba la televisión, aunque su paso a la pantalla, le obligó a hacer ciertas concesiones. Jugaba con el morbo, con el dandismo y lo hacía con la elegancia decadente de un Oscar Wilde y cómo él, padeció sus hundimientos, fruto de un país que no reconoce el talento de los heterodoxos, menos aun cuando son rebeldes, y también, quizás, por sus propios errores, en un mundo devorador como es el de la comunicación de primera línea.
En el programa Cuerda de presos, hizo que la televisión entrase en las celdas, con todas sus miserias, con todas sus violencias, la del estado, la fundamental. Así, Instituciones Penitenciarias puso todas las dificultades posibles y algunos programas ni siquiera pudieron emitirse. Y levantó la voz contra una sociedad idiotizada que desprecia la cultura y el intelecto, la sensibilidad, no por casualidad, promovida por unos poderes que promueven la brutalidad y la banalidad. Lo más penoso es que su voz será una anécdota, que ya lo es, un tema de cotilleo más en los programas rosa y similares, destrozándolo por uno u otro de sus problemas. La pequeña llama de fuego de la cerilla se apaga y lo más triste es que lo que queda no es el silencio, es el ruido, mucho ruido. Cómo él dijo: “No hagas lo que todos, no digas lo que todos, no pienses lo que todos. No alimentes las mismas mentiras y la misma basura que todos. No te conformes con ser un borrego mediocre, si puedes ser alguien… genial.”