Miguel Rubio Artiaga
Dejó de soñar muy niño,
la vida se lo comió
sueño por sueño.
Le convirtió en amargura viva
con la mirada del caníbal acechante
y el aliento a verso muerto.
Mató su parte de niño
y lo hizo un adulto servil
esclavo del látigo de sus tijeras,
domador de libertades embrutecido.
Poeta fracasado,
envidioso y vengativo,
escriba de porqueriza
sonríe en su celda anónima
hechos de argamasa podrida
y putrefactos ladrillos.
Su mismo rotulador, siente vergüenza,
por ese pobre hombre sombrío.
Si pudiera se escondería del mundo,
se convertiría en ermitaño
en una caverna escondido
y no ser ayudante del despreciable verdugo.
Censor de versos, asesino de lunas,
carpintero de guillotinas,
cuenta sus cabezas por víctimas
y cobra las recompensas
de treinta en treinta monedas
a los amos de manos puras y limpias.
Matarife de mirada sucia,
cúter de auténticas letras,
tu penal es tu propia mente
con el cerebro lleno de rejas.
Censor de versos, pluma de alcantarilla
y tijeras de plata y oro.
Eres el escalón mas bajo
en la pirámide del poderoso
un poco por debajo de las letrinas.
Criminal de amores tempranos.
Sicario de perfil rastrero
y de los recuerdos viejos, homicida.
No te puedo odiar, censor de versos,
me das demasiada pena.
Serás muerto de cementerio
y aún te escupirán los muertos
en nombre de poemas mutilados.
Tu lápida será un garabato negro.
porque sólo otro censor de versos
querrá escribir tu epitafio.
¡ Que bueno ! Miguel, poeta …
Me fascinas.