José Ramallo
Hay algo que va más allá de la lectura, y es el sentido de identificación; de pertenencia, de idoneidad, de conceptualización, de seducción, de arraigo, de hipnotismo. Algo que hace diferente a la lectura de un libro. Es su autor. Lógico.
Me produce bastante asco la palabra “rebeldía”. Me parece que la han manoseado tanto, que su verdadero sentido se fue desgastando. Pero aún así, acaricio ese concepto desgastado y me enjuago las manos y la cara, con placer, al sentirla latir cerca de mí. “Guach@s” es una literatura particular, diferente, original, acertada de pies a cabeza. Pero aún no logro siquiera aproximarme a lo que quiero decir, porque cuando algo te gusta demasiado terminas haciéndolo parte de tu ser. Y no hay cosa más difícil que describirse a uno mismo, como si acaso fuese un cuento de hadas: arrancarse la piel y mirarse frente al espejo para saber “Cómo es uno”.
Me seduce la poesía musicalizada y repleta de emociones transparentes. No me importa en lo más mínimo su rima y su estrofa. Esto puede sonar ordinario e insultante, para quienes posean títulos universitarios y hagan de la escritura un traje de gala. Sé que lo es, sé que molesta escribir correctamente y que no se vea valorado. Pero también hay que entender al lector. Él no siempre va a buscar esa clase de literatura estética. A veces va a necesitar identificarse con una escritura un poco más corrosiva e inundada de explosiones. Hablo como escritor, pero sólo dos palabras: Mi escritura es negra, gótica, angustiante, desgarradora, poco alentadora; y de ello me alegro en verdad. Porque he creado mi propio estilo, y he obtenido la aprobación de un determinado público lector. También me refugio en escritores que trabajen ese estilo. No me resulta sencillo, pero los busco. Pregunto, leo, escucho, y obtengo. No quiero pronunciar esa palabrita tan hueca, pero aquí aparece de vuelta y me duele en el pecho tener que censurarla: Rebelde. Busco una literatura que no sea elegante, pero que al mismo tiempo esté transpirada de sentimientos, identificación y musicalidad.
Todo esto me venía pasando con la poesía, pero no así con los otros géneros literarios. Al menos hasta ahora.
¿Gusto de leer novelas policiales? ¡Sí, me encantan! Las leo con mucho entusiasmo y me entretengo hasta llegar al final. Pero me suceden cosas que un poco me incomodan. A decir verdad, me terminan distrayendo y me alejan de la lectura. Trataré de ser un poco más claro, ejemplificando:
Cuando leo una novela policial comienzo siendo un lector pasivo, para luego convertirme en activo. Juego a ser el detective y procuro revelar el misterio antes de terminar la lectura del libro. Pero con Guach@s no pude hacerlo, porque no había misterio para resolver. Leí las primeras líneas, y procuré relajarme para que la historia me fuese sorprendiendo. Llegado al final del segundo capítulo, pude darme cuenta que Fernando Veglia me había pateado el tablero. ¿Debo utilizar nuevamente la palabra “rebeldía”? No. Más que nunca, ese concepto ha quedado minúsculo. Aquí el escritor hizo algo diferente a revelarse contra lo cotidiano, y eso fue lo que me llevó a decir: aquí no hay nada que descubrir, el crimen ya fue confesado. Y nadie se espanta por ello. En esta novela, no hay crimen para descubrir. Sino que los hay para disfrutar, comentar o acaso ser cómplice del silencio. Porque para los que hablan demasiado “hay balas”.
Otras de las cosas que me perturban de ciertas novelas policiales, es la falta de lunfardo en los personajes. Cuando un malhechor utiliza palabras propias de un diplomático, para amenazar a sus víctimas, uno no puede hacer otra cosa que reírse y dejar caer el libro, en señal de desaprobación. Es verdad que la novela de Veglia traspasa la inquietud de una sociedad debidamente organizada, y llega al extremo que nadie desea ver (porque se llena de impotencia y decepción). Pero, a lo que quiero apuntar, es a que algunos lectores precisamos dialogar con el libro, y si su lenguaje no es hostil a mis ojos entonces todo resultará muy aburrido. Hace muy pocas semanas tuve la oportunidad de leer un policial negro, ambientado en Francia. Y es por ese motivo que me atrevo a trazar estos paralelos. La cultura de dicho país quizás sea otra. Pero debo insistir en que si el autor sabe describir un escenario, el lector no podrá quitar su vista del libro que está leyendo. Y aquí vuelvo al punto de inicio: el lunfardo. En “Guach@s” predomina el lenguaje de la calle. La puteada sin censura, la mirada rabiosa del Conurbano bonaerense, la muerte prematura en una latita de Paco, el minicomponente musical que reproduce canciones de “cuernos, putas, escabio y fasos”. En definitiva, la tierra de nadie. Este libro es Buenos Aires, hora cero. La fuerza pública como máximo exponente de la corrupción o complicidad, en materia de hecho delictivos. Esto no es una crónica, ni mucho menos un noticiero, es una novela policial ambientada en uno de los lugares más jodidos de Buenos Aires.
Retomando las perturbaciones que me producen algunas novelas policiales, debo decir que la linealidad de las historias me produce ansiedad y desconcentración. Se necesita de inmediato un flashback que corrompa ese estado pasivo de la historia, y nos traslade a otra acción ajena a esta. Es necesario ser lo suficientemente inteligente, para generar diferentes escenas, con sus “otros” personajes, para evitar que el lector se aburra. Y acá Fernando Veglia ha demostrado poseer esa inteligencia. Porque la historia no es lineal, sino que se traslada en escenarios, personajes, historias y “explicaciones”. Y esto es maravilloso. Con un poco de imaginación, la historia se cierra en donde el lector quiera. Porque el final del libro no es la resolución de todos los conflictos. Es un remolino. Es una ida y vuelta que todo lo va sellando, y el lector se comerá las hojas, porque la acción nunca llegará a su fin.
Finalmente, debo confesar que el título de la obra también juega su protagonismo. Y eso a mí me produjo gracia. Porque quise interpretar la historia de una manera, utilizando mi propio concepto de esa palabras – Guach@s – y me terminé dando contra la pared, al ver que se trataba de otra cosa.
Quizás, en materia de literatura, todo ha sido escrito ya. Pero cuando un escritor reinventa un mismo género, es porque ese autor ha interpretado que en los libros no se habla de determinadas temáticas. Y eso termina siendo una suerte de discriminación. Una marginación de lo desaprobado. Un rechazo al estatus social. En resumidas cuentas, materia prima virgen, que nadie se atrevió a manosear. Y acá Fernando Veglia tuvo la delantera.
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