Carla Demark

Van y vienen,
se tocan, se hieren,
se dejan, se despedazan.
Su lucha es digna y clara:
lo amorfo toma cuerpo fértil,
el sudor los hiere y desgasta.
La magnificencia del cruce
abre heridas perennes.
Se desafían.
Danzan salvajes, casi alegres.
Y torpes, crueles, insaciables,
huelen aromas inmortales.
Se desgarran.
La arena irrita la sangre,
la carne inicia la huida.
Bestial albergue de soldados,
batalla eterna y aguerrida.
Se abandonan.
Su pasión agonizará en silencio:
será sólo nuevo polvo
en viejas ruinas.
El entierro tendrá gusto a incienso,
a demonios, a tregua fría.
Se desintegran.
Olfatearán otro cuerpo, y el deseo
volverá por ellos, resucitándolos.
La noche restaurará en sus besos
la contienda de los locos desolados.
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