Fernando Morote

.
Una de las razones por las cuales renuncié a la carrera de abogado fue la asfixiante formalidad de la cuestión burocrática. Participar en un litigio, ya sea como acusador o defensor, nunca me causó mayor emoción. El verborreo inmundo, plagado de tecnicismos, me espantó al observar algunos ejemplos en los ambientes jurídicos en el curso de mi formación universitaria.
Las películas sobre tribunales de justicia, en cambio, despiertan en mí la atracción por el tipo de desempeño forense que me hubiera gustado ejercer: dinámico, creativo e incisivo, con la posibilidad de desplegar habilidades de investigación, intervenciones de carácter psicológico y hasta un toque de dotes histriónicas. “Doce hombres en pugna” de Sidney Lumet, “Testigo de cargo” de Billy Wilder y “El juicio de Nuremberg” de Stanley Kramer, son obras maestras que aumentan mi admiración por el sistema judicial anglosajón cada vez que las veo.
Pese a ello, “Anatomía de un asesinato” me produjo siempre cierta reticencia. La predilección de su director, Otto Preminger, por el rodaje de films extra largos (ésta sobrepasa las 2 horas de duración) me desalentaba continuamente (tampoco soy lector de libros demasiado extensos). Pero la presencia de Jimmy Stewart como protagonista era un imán extraordinario. El día que finalmente me senté frente a la pantalla no pude levantarme ni para ir al baño.
No es fácil mantener la tensión en un metraje de esta magnitud. Sin embargo, Preminger lo consigue a base de inteligencia y esmero en el armado de la trama. Stewart es un veterano abogado haciendo planes para retirarse, cuando una llamada cancelando una cita lo remite a patrocinar a un oficial del ejército (Ben Gazzara) procesado por matar al dueño de un bar, tras una gresca en defensa de su cónyuge (Lee Remick). Las pesquisas legales, más allá de generar un escándalo en el pueblo por la conducta sexual de la esposa del militar, conducen a aclarar que el homicidio fue cometido por éste de manera accidental en su intento por salvar el honor de su mujer. El mérito de la dirección es que el espectador puede arribar a sus propias conclusiones. Nunca se establece si hubo una violación o se trató de una venganza por un acto de infidelidad. Al final queda la sensación de que Jimmy Stewart estuvo defendiendo a una pareja disfuncional que, una vez libre de sanción penal, se larga lejos de allí sin dejar rastro ni pagarle sus honorarios profesionales.
Lee Remick se pasea estupenda en todo momento frente a las cámaras: jugosa y apetecible con lentes de sol, indefensa con un ojo morado a causa de los golpes sufridos durante el ataque, inocente acariciando a su perrito, circunspecta en las sesiones de la corte. Y Ben Gazzara, serio y sereno, bien peinado en cada toma, aun a costa de la crítica situación en que se encuentra, no está mal para ser uno de sus primeros roles estelares.
George C. Scott tiene una participación secundaria representando a un prestigioso y agresivo jurista que llega para reforzar el trabajo de la fiscalía. Una actuación que sin duda lo catapultó al éxito que tuvo más adelante como uno de los mejores de Hollywood.
Destaca la seductora música de Duke Ellington, quien aparece brevemente en un par de ocasiones tocando el piano. La magia del jazz es otro elemento de permanente inclusión en los films de Preminger.
—
—


