Miguel Rodríguez

No sé qué hora es, quizás sea febrero, acabo de pasar el faro, ya me queda poco, he ido a ver tu sueño, ¿recuerdas?, dormir allí, un poco más al norte, en el fin del mundo, donde acaban y comienzan las cosas, ahora por fin lo conozco. Llevo andando muchos días, tal vez desde octubre, casi acierto a ver tu casa, un poco más allá de estas rocas, ¿sigue la luz tenue de tu sala?… Siempre un poco más allá… No, no he traído equipaje, me sobra todo, sólo quiero aquel faro, amor, la playa inmensa, no me interesa nada que no huela a ti, casi acierto a ver la entrada, me tiemblan un poco las piernas, repaso lo que he ido abandonando por el camino, los finales que me he arrancado, me vienen fogonazos, explicaciones, todo lo que fui sin saberlo hasta hace tan poco, y repaso y me despido de todo lo que he dejado de ser para poder llegar a ti, a tu puerta, a la entrada de tantos principios de mi vida, que me esperaba aquí… Me queman las palabras, me sobra la ropa, río sin motivo en los días de lluvia… Llego sin las múltiples vidas que me han dirigido a ti, las que fui reuniendo o inventando, sólo quedo yo en este instante frágil, no las llamaré a la salida si he de irme, no las echaré de menos por la noche si me amas, las doy por buenas, pueden crecer sin mí, pueden morir también sin mí, tan solo estoy aquí, ante esta puerta aún sin abrir, a punto de mostrarme con lo que queda de mí, lo único que he salvado, lo que te traigo en este momento mágico, en el que me expongo por fin a tu mar, a tu única palabra, la que rompe años de periódicos y monotonía, oigo tu andar unos pasos más allá, quizás cocines, la puerta entreabierta, la blusa entreabierta, los ojos abiertos más allá de los días que conocimos… Tan suavemente me amas, los movimientos son lentos, no hay prisa, conocemos los besos, recordamos nuestro olor… me vuelan las manos, amor. Y te beso durante horas, kilómetros, ciudades… Yo, que viví en aquel mar reseco y vuelvo ahora a ti sin candados, me vuelan las manos, amor. Me vuelan las líneas de las manos a tu pelo, hacia todas tus líneas, desprovistas de minutos y de ropa, tan llenas de comienzos, recientes de finales, buscándonos en todos los espacios intermedios. Nos fundimos, pues, en los océanos intermedios, en las palabras sin límites y sin motivos, a pura piel, con paz en los cuerpos y en las sílabas, nuestras líneas encajan, nuestras vidas encajan, nuestros mares se unen… Unas pocas palabras en este istmo de labios y de vidas que coinciden a tres centímetros, en este lugar calmado de preguntas y caricias, este hilo conductor que acerca todas las horas, tres centímetros que van cediendo a la palabra común, la única que importa… el principio del mundo… y un poco más abajo, a solo unos centímetros, la playa inmensa, por fin…
