Miguel Rubio Artiaga
Era el mercado del Desamor,
los tenderetes de sueños
más tristes de un mundo.…
No existe el artesano
capaz de recomponer
lo que el destino a quebrado.
El amor es de cristal,
silueta de arena y sílice,
quebrado, no existe manera
de volver a unir los pedazos.
Allí, retazos de sueños rotos,
historias de proyectos muertos,
que una vez fueron compartidos
por cuatro pupilas, que eran dos ojos
y miraban juntos horizontes nuevos.
Más allá las cartas amorosas
con la tinta corrida por lágrimas
a causa de un abandono,
la devolución de un anillo
que ya dejaba marca en el dedo.
Un Quiosco pintado de oscuro
vendía guías para suicidas
para atajar el dolor torturador,
demencial, incesante
como sal gruesa tatuada en llaga viva.
La muerte puede ser un descanso
cuando ves venir la locura,
la que tiene ida pero no vuelta,
la jaula con puerta abierta.
Entonces la Parca se convierte en amiga.
Tienda de perfumes con penas
en frascos de trozos de calaveras
tan pulidos, que transparentes
se huele el olor a desesperación
y el aroma de apenada tristeza.
Efluvios de melancolía,
imágenes, ahora crueles, en su misma esencia,
la rabia convertida en fragancia,
el incienso de una pira en llamas,
sentir lava al rojo vivo, correr por tus venas.
Un puesto de promesas,
una, por cada estrella voladora,
nómadas sus estelas,
perdidas en un firmamento
donde quedan extraviadas y solas.
Rosas secas entre páginas,
entre páginas de grandes poetas,
que una vez , una sola,
durante un tiempo fueron tuyas,
amores de secano que nunca portarán las olas.