Loretta
Sobre la antigua mesa de madera desfilan nuevos y viejos pinceles, que en compañía de pinturas acrílicas no dejan de curiosear cada uno de sus movimientos. No compiten entre sí para llamar su atención; mas bien se percibe entre ellos una cálida y meticulosa complicidad. No hay nadie más observándola, nadie escuchando sus pensamientos; no hay quien espante con su soplido los fantasmas de su té caliente ni quien recoja el mechón de cabello que, intentando distraerla, cae sobre su cara. Ni siquiera los pájaros la han visitado para darle serenata. Sólo están aquellos que en respetuoso silencio sonríen y confían cuando duda qué escoger: que si el escarlata o el carmín, que si el nuevo pincel de pelo blanco o el de mango largo y translúcido. La conocen, saben que suele hallar el equilibrio, la tonalidad más adecuada y los detalles más inadvertidos. Jamás interrumpen su labor, no cuestionan, aunque a veces transgreden quebrando su metódica rutina con gestos inesperados; y eso le gusta. Eso sí, no son para nada conversadores; tan sólo contemplan. De cuando en cuando se detiene, les echa una mirada y nada necesita decir; son complementarios y juntos escriben historias, día a día, sobre la vieja mesa de madera: trazos indefinidos, manchas y salpicaduras, derrames, explosiones…
Mientras se deja seducir por la noche de luna creciente declara su retirada. Desnuda la vieja mesa y cubre sus historias con un mantel de lienzo blanco. Ellos descansarán, sus cerdas y pigmentos, hasta nuevo aviso. Y ella, ante el paisaje totalmente deshabitado, se halla a sí misma con la absoluta satisfacción del deber bien cumplido.

Bravo, Loretta, bravo.
¡Gracias, estimado Enrique!
Reblogueó esto en Los Reblogueos de etarrago.
Muchas gracias; eres muy generoso.
Loretta, me ha encantado!! Sencillamente, maravilloso texto!!! 🙂