Estefanía Farias Martínez

La cama de una consulta… un niño víctima de un accidente de tráfico con ambas piernas amputadas… en la habitación contigua, un médico viejo gritando a otro joven por haber hecho una cirugía innecesaria, lo que debía haber tratado era la contusión cerebral…el niño despierta y lo escucha todo…los padres entran en la habitación y, cuando él les explica lo que ha oído, los médicos argumentan que el muchacho está trastornado a causa del golpe en la cabeza, ocultando de esta forma la negligencia médica.
Así da comienzo ¨The penalty¨, un film mudo de 1920. La película es calificada como cine de suspense, aunque algunas de las escenas o incluso el planteamiento de la venganza del personaje principal podrían encuadrarla en el género de terror de aquella época. La escasa calidad de la novela de Gouverneur Morris es un mero hecho anecdótico; el guionista, Charles Kenyon, desarrolla el personaje del villano de la historia y le entrega el papel protagonista. La soberbia actuación de Lon Chaney, que debuta como actor principal en esta película, y la dirección de Wallace Morsley, que aplica de forma sofisticada la técnica del cross-cutting o ¨montaje paralelo¨ para crear una atmósfera inquietante e irónica, la convierten en un clásico.
Tras este comienzo descorazonador, veinte años más tarde, ese niño mutilado se ha transformado en Blizzard (Lon Chaney), dueño y señor de los bajos fondos de San Francisco. Dispone de un verdadero ejército de secuaces e informantes, entre los que se encuentran miembros de las fuerzas del orden. Su imperio es de tal calibre que el servicio secreto decide infiltrar a una agente, Rose (Ethel Grey Terry) para que intente descubrir sus maléficos planes; hasta ese momento sólo saben que ha cerrado sus clubs nocturnos y tiene a las bailarinas confeccionando sombreros de paja en su propia casa, eso unido a la inminencia del regreso a la ciudad de su segundo de abordo les pone nerviosos. Rose se convierte en la favorita de Blizzard (no sólo se trata de mantener un romance con él, sino también de tener la habilidad para tocar los pedales mientras él interpreta al piano). Él va gestando su plan de venganza contra el médico que le mutiló, el Dr. Ferris (Charles Clary) -ahora el cirujano más famoso en su ramo-, acercándose a su hija, Barbara (Claire Adams), una joven escultora que ambiciona crear el busto del propio Satán. Blizzard se presenta ante ella respondiendo a un anuncio que ha sido publicado en la prensa donde se solicitaba un modelo para su escultura. Rose inspecciona la casa durante sus ausencias. Encuentra, escondida tras la chimenea, la entrada secreta a unos pasadizos subterráneos que la conducen a un quirófano completamente equipado y a un almacén de armas. Ese mismo día Blizzard la descubre, pero no dice nada, sólo manda asesinar al correo que recoge la nota que ella arroja por la ventana. No puede matarla porque acompaña demasiado bien su música y cuando la enfrenta se convence de que Rose le ama, así que, por ambos motivos, la mantiene a su lado. Él esta obsesionado con seducir a la hija del médico, planea cortarle las piernas al novio de la chica, el Dr Wilmont Allen (Kenneth Harlan), asistente del padre, y que el propio Dr. Ferris se las transplante a él. Ya convertido en hombre completo pretende tomar la ciudad por la fuerza y saquearla con miles de sicarios que ha dado orden de reclutar.
Lon Chaney, conocido como el hombre de las mil caras, traspasa las barreras de la exageración expresiva, propia del cine mudo, llegando al espectador de forma natural con muchos de sus gestos: la agresividad en la forma en que maltrata a una de las bailarinas cuando entra al taller, subido a la mesa donde están trabajando, zarandeándola mientras la tira del pelo; la sonrisa, de un cinismo absoluto, cuando se encuentra por primera vez con el asistente del médico diciéndole ¨Qué buenas piernas tiene usted¨, o cuando le explica a Bárbara que respondió al anuncio porque algunos conocidos opinan que es igual a Satán; la locura en sus ojos cuando le plantea a su lugarteniente la toma de la ciudad como si él fuera el general que dirigiera las tropas, caminando con sus flamantes piernas nuevas, o cuando tocando el piano dice: ¨Quiero obtener los placeres de Nerón y el poder de César¨.
Este maestro de la caracterización extrema, como él mismo la definía, no sólo facial sino física, que diseñaba sus propios personajes y aplicaba técnicas de maquillaje de su invención, era un actor de carácter, especialista en personajes torturados en situaciones límite, deformados física o mentalmente, o ambas cosas. Creó dos de los monstruos más famosos de la historia del cine de terror: Quasimodo en ¨Nuestra señora de Paris¨ (1923) –para cuyo diseño recurrió al texto de Victor Hugo y lo reprodujo con total fidelidad, poniéndose a sí mismo una joroba de hule que pesaba 32 kilos- y Erik en ¨El fantasma de la opera¨ (1925); sin embargo, su objetivo era mostrar la nobleza de aquellos que habían sido maltratados por el destino y conseguía que el espectador sintiera simpatía por ellos, más que horror, tristeza.
También dio vida a otro tipo de monstruos, como Blizzard en «The penalty»-en este caso, para dar mayor realismo a la historia, se ató los pies a las nalgas y las piernas a las pantorrillas, era un consumado contorsionista, pero los dolores que le producían los tocones de cuero que llevaba en las rodillas, permitiéndole ocultar sus piernas, le impedían rodar más de diez minutos seguidos, aún así la fantasía de sus muñones se hacía completamente real y, como él mismo explicó, el sufrimiento físico contribuyó a darle mayor vigor a su actuación- o el protagonista de «Garras humanas» (1927) -dirigida por Tod Browning y con una jovencísima Joan Crawford-, el lanzador de cuchillos Alonzo, el Sin brazos, un criminal que engaña a todos haciéndose pasar por mutilado y que, viéndose envuelto en un triangulo amoroso, se amputa los brazos para desbancar a su rival porque la bella Nanon no soporta que la abracen, aunque acaba descubriendo que ella se ha curado de su trauma y ha elegido al otro.
Llegó a participar en 156 películas entre 1912 y 1930, alternando personajes protagonistas con secundarios. Murió en 1930, a los 48 años, víctima de un cáncer de garganta, tras debutar con éxito en el cien sonoro con «El trío fantástico», estrenada ese mismo año. Los rumores que circulaban por ese entonces le situaban como firme candidato a interpretar el doble papel del Conde Drácula y Van Helsing en la versión del clásico que preparaba la Universal. Su vida fue llevada al cine en «El hombre de las mil caras» (1957) dirigida por Joseph Pevney y protagonizada por James Cagney.
