Surfin’ in the books*
Carlos Zanón
No voy a ser como el agorero estacional. Quien me lee, lo sabe y ya está. El mejor verano es aquel que bajo una tormenta te hace deslizar colina abajo abrazado a la Catherine, al Heattcliff de turno. Un día de más de 28 grados. Un día viendo pies desnudos en sandalias. Un día de verano es un día de mierda. Otra cosa son las noches. La noche de verano es lo único que conseguimos salvar de nuestra negociación con los dioses. Yo os endoso el calor, la molicie de unos cuerpos blancuzcos, mórbidos, esqueléticos, pringosos cual ventosas, los aires acondicionados, los helados de fresa y la negociación de las vacaciones laborales con entes con hijos. Y a cambio os dejo las noches de verano con olor a pavesa, cerveza fría y polvo callejonil.
¿Qué hacer ante el verano? Poca cosa. Surfear.
Tener la fortuna de encontrarte con tablas que te permitan encadenar olas hasta la noche. Así sesenta días. Septiembre tiene pinta de meta volante. De regreso de novia y final de romance con su amiga. El Corte Inglés está siempre ahí para echarte una mano, my friend.
Tablas que me han servido a mi:
“La Opción B”. Pedro Bravo (Planeta)
Pedro Bravo tiene ritmo narrativo, sentido del humor y una capacidad impresionante de enredarte para viajar con él en este su mundo, de puertas al final del pasillo, trampillas en el suelo, autobuses hundiéndose en el río Duero y planes C por si sale mal –que saldrá- el plan A y el B. Además de eso la discografía de su casa es igual de buena que la biblioteca. Drogas, ruacanroll, devastaciones sentimentales y gente que en la frente llevan tatuado ‘Problemas a mí’. Carne de cómic, esta suerte de Coyote
marca ACME es una tabla fresca, estimulante, crujiente como tu chocolatina favorita. Pero va más allá de novela generacional, viaje drogata o realto de iniciación. Así como el que no quiere la cosa, Bravo, va dejando una patina triste, solitario y feroz mientras lees rápido y divertido. Narcotráfico como mejor salida que la FP. Un narrador muerto. Un cómo he podido llegar a esto. De Madrid al Duero. Dios, sigan a ese chico porque tiene talento y se escribe encima.
“La Magnitud del Desastre”. Oriol Llopis (66Rpm).
Oriol Llopis para quien que no lo conozca fue el primero y el mejor. El cronista rock que en a mediados de los 70 empezó a escribir de lo que le daba la gana y cómo le daba la gana. Vale, me diréis, eso lo hace mucha gente. Pero no así. Llopis utilizaba la crítica de un disco, de un concierto, la semblanza de Bowie o los Burning para hablarte de la vida, de las palmeras de L.A., de qué te pasa si mezclas la absenta del Marsella, Hunter S.Thompson y ‘The kids’. A Llopis le hemos copiado todos. Era y es un escritor intuitivo, arrabalero, culto y con una
capacidad visual de definir lo indefinible. Toma la distancia justa de todas las fotos. Y especialmente del autorretrato. La magnitud del desastre es un trozo de recuerdos, mentiras, exageraciones y r’n’r life en el que desfilan Iggy y Thunders, mediocres figurones patrios, amigos muertos, drogas, noches torpes y resacas homéricas. Pero sobretodo la mirada de alguien que escribe como si las palabras fueran amigas que le van a buscar. Hablando de cualquier cosa, Llopis, habla de lo que importa.
“Muchos matrimonios”. Sherwood Anderson (Editorial Gallo Nero)
Anderson está considerado por muchos como el padre de la literatura moderna. Ahora que está de moda invitar a Keith Moon para celebrar los Juegos Olímpicos de Londres, avisar que si invitan al bueno de Sherwood a un Festival, el tipo no acudirá. Lleva muerto desde 1941. Su literatura, no. Muchos matrimonios fue vetado en muchos países por abrazar la tesis del fracaso absoluto de la monogamia. Un tipo llamado F.Scott Fitzgerald lo defendió indicando que no era un libro inmoral sino ferozmente antisocial. Con el relato de una casi inefable historia de adulterio con jefe, secretaria y llegaré tarde a casa, darling, el autor va más lejos, más profundo y más poderoso que muchos otros libros con más coros promocionales. No hay nada más corrosivo que el agua estancada.
“Un mes de domingos/La versión de Roger/S.” John Updike (RBA)
Reedición de la trilogía de ‘La letra escarlata’ del gigante de Reading, Pennsylvania. Updike murió en el 2009 y nos dejó de 21 novelas, otros tantos libros de relatos, sobre golf y mil cosas más. Pero siempre serán pocas. La lucidez inmaculada de su escalpelo a la hora de diseccionar el ámbito social de la clase media americana, esa suerte de Chejov de la última copa antes de anochecer era impresionante. Updike es tan grande que se hace difícil acercarse a su
sombra sin rendir pleitesía cien veces. Personajes que se levantan del papel. Su mirada de Dios comprensivo y amoral más allá de convenciones, deseos frustrados y sábanas adúlteras lo hacen imprescindible, necesario, siempre estimulante. Esta trilogía irónica y de pies rápidos sobre el sexo y la religión, tomando como excusa el clásico de Nathaniel Hawthorne, hacen que casi estés tentado con hacer las paces contigo mismo y llames a aquélla a la que juraste no volver a llamar.
“La mujer de sombra”. Luisgé Martín (Ed.Anagrama)
Uff. Novelón al canto. En la nueva de Luisgé Martín hay muchas noticias y todas buenas. Planteamiento original, sabia destreza a la hora de definir personajes, comportamientos y desenlaces, laberinto para el narrador y el lector bien resuelto. Y además de que la historia es un bombón, la capacidad del autor para ir más allá de ésta y cave más profundamente hacia la veta del deseo, de la imposibilidad del amor como fuente de conocimiento del otro, el abrasivo poder de los
secretos, la culpa y el sexo, hacen de La mujer de sombra más que una tabla surfera una isla en el verano. Os chuto el argumento. Dos amigos. Uno de ellos –felizmente casado- le confiesa tener relaciones sadomasoquistas con una mujer. Meses después éste muere. El amigo, picado por la curiosidad y el morbo- trata de localizar a la mujer del látigo para decirle que su amante sumiso ha muerto. Pero la ve y se enamora. Y es correspondido. Ella es dulce y apacible con él. Pero él se desangra porque no le pone de cuatro patas y le ciñe el collar. ¿Por qué a mí no? ¿Por qué no confiesa sus apetencias?¿Las satisfará con otros?
“Un buen detective no se casa jamás”. Marta Sanz. (Ed.Anagrama)
Otra que tal baila. La Sanz bajo la apariencia de no querer epatar a nadie ni pegar gritos va edificando una narrativa personal, intransferible y que siempre va un pasito por delante de los demás. Juega a no aburrirse y a no aburrir a sus lectores. Contrae riesgos, da la vuelta a lo que sea y hace retratos tan tremendos sobre el deseo, sobre lo pútrido de su no consumación, lo destructivo de no dejar que la piel haga su cometido y se equivoque y le dé por ser porosa y no una coraza. Y además aquí nos regala otra historia con ese personaje fascinante, intoxicador,
torpe y lúcido a partes iguales que es el detective Zarco. Zarco iluminó ‘Black, black, black’ y también lo hace con Un buen detective no se casa jamás. Sanz tiene mano para los personajes –Zarco es la envidia del resto de los escritores, al menos la mía, sí- aunque sean de una complejidad psicológica importante, niñas con sus juegos o adultos con cuentas pendientes y podridas a la altura de corazón o entrepierna. Pero no es solo eso. Prosa segura y que abre puertas en tu cabeza al desenfocar y ampliar el ojo de la cámara. Una denuncia a nuestra mezquindad como individuos y como sociedad y, especialmente, la sensación de una autora que escribe contra ella, sin mirar a los lados.
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* El texto original ha sido publicado en SIGUELEYENDO
