La resaca de una huelga general doméstica

 Manuel Villa-Mabela
Me faltan energías y tiempo material para manifestarme por todo lo que considero un insulto a las personas, sindicalizadas vital y socialmente, o no. Considero que las autoridades de cada ramo en particular están bombardeándonos con sutiles experimentos, subliminales y de choque, para conocer no solo nuestro grado de reacción y tolerancia hacia sus iniciativas de laboratorio  sino también  para medir nuestra capacidad inmunitaria hacia la melancolía neuronal y nuestra tendencia natural  al deterioro anímico.
 Estoy a favor del  I+D pero me gustaría que de tanto en tanto apartaran de nosotros tanta plaga de despropósitos. Un modesto recreo para ordenar e inventariar nuestras vidas sería un detalle para tomarnos un respiro y elegir nuestro itinerario, siempre, claro, entre las opciones que nos brindan nuestros gobernantes en cada una de sus manifestaciones. Seguro que no lo hacen con mala intención pero su mediocridad, su desidia por aprender inglés como segunda lengua, su condición de mutantes de conciencia  y su alejamiento de la música culta no puede medicarse ni solucionarse  mediante plebiscitos casuales, fórmulas de orientación humana y, desde luego, tampoco por someterse a cirugía de maquillaje. Necesitan materializar su salvajismo y su único objetivo en la vida es profesionalizar su vocación. Naturalmente que hay muchas excepciones, los manicomios de mandamases  amantes de la libertad, la justicia y la igualdad, están llenos. Y quiero recordar sin ninguna mala intención que eso representa un problema debido a los recortes presupuestarios que tenemos que atravesar y superar para rescatar nuestra sociedad del consumo y poner en su sitio de una vez por todas al dañino cambio climático que lo está poniendo todo patas arriba. La polución también trastoca las neuronas del cerebro y el corazón. Son virus más peligrosos que la deslocalización industrial, los gastos de dietas y representación y la próxima jubilación de los trabajadores, que según tengo entendido, solo se conseguirá a título póstumo. 

Recién acabamos una huelga general y ya tengo ganas de salir otra vez a la calle. Hay tanto por lo que manifestarse. Yo creo que bancos, patronal y administración deberían crear un concilio social para implantar de forma escalonada y científica las injusticias. Hablando se entiende la gente, sobre todo la que tiene el mismo lenguaje. No está bien ni tiene buena imagen padecer tantas injusticias humanas y  sociales al mismo tiempo, hay que dosificar las penurias para que actúen como una vacuna y así, de forma gradual, aceptarlas con madura normalidad en nuestras vidas. Ahora mismo el cuerpo me pide manifestarme por la reciente aplicación de la amnistía fiscal, por los casos que se atienden en los tribunales cuando, sabiamente, han prescrito y por las ayudas económicas recibidas por la Asociación de Amigos de los Paraísos Fiscales, pero me pregunto confuso  si haría bien porque: ¿quién soy yo para entender de altas finanzas, la justa distribución entre personas y países y los misterios de los fondos de inversión?  Pero si tengo problemas para descifrar si las multas que recibo en casa tienen reducción o no y si estás reducciones las puedo desgravar de mi declaración a Hacienda. 
Hoy por hoy debería conformarme con normalizar las huelgas generales en casa. Son un sentido homenaje a las huelgas, una manifestación paralela a nivel doméstico. Desde mi condición colegiada de terapeuta de la conducta y la cultura social manifiesto que este siglo va a batir records de enfermos desajustados de afecto social, huérfanos de caricias no retributivas  y kamikazes de la caridad familiar. Estas pequeñeces traumáticas deben cuidarse con premura a fin de que no hagan daño a nuestro sistema de auto-defensa personal. Mucha gente no mima su salud emocional y se convierten en leprosos afectivos. Deseo que mi hogar  pueda ser catalogado de  “alto standing”  democrático. Quiero un hogar doméstico que reúna todo el operativo legal, tanto a nivel jurídico como familiar.
Este último domingo deseaba disfrutar de una huelga general en familia y solicité una autorización previa a la ciudadanía de mí hogar a fin de que se pudieran establecer servicios mínimos,  entiéndase: poner la lavadora, bajar la basura y llenar la despensa. No hay nada ilícito ni moralmente censurable en ello. Quería festejar la huelga general en casa con los míos y tenía previsto pasarme todo el día sentado en el sofá  degustando todo un abanico de documentales, muy propios para estas jornadas de reflexión. Tal vez y, digo solo que tal vez, mi señora, mi compañera en las barricadas conyugales, no interpretó bien el llamamiento a la jornada de huelga o bien pudo padecer un ataque de ansiedad, solo así se explica su comportamiento de esquirol  y su decisión unilateral por ordenar el trastero sin previo aviso ni autorización. Posiblemente debí hablar con ella antes de provocarla con esas pancartas alusivas a su poca conciencia de trabajadora. Ella también tenía derecho a manifestarse de la forma que deseara. Llamar a un piquete de amigos y vecinos para sabotear su decisión de trabajar en casa puede que en el fondo sea comprensible, pero tal vez manifesté cierta intolerancia al comportamiento de mi señora de forma un tanto drástica. Los piquetes tomaron la casa y se la pusieran manga por hombro. Mi mujer es amante del orden y de la limpieza. Eso sí, no me parece maduro por su parte encerrarse  en el dormitorio como señal de protesta. Tuve que hacer uso de los antidisturbios para sacarla de su encierro y restablecer el orden en casa. 
Tampoco me encantó el comportamiento de mis hijos. Ellos son antisistema, los tengo bien educados,  pero  no pueden pasarse toda la vida criticando los recortes en educación y aludiendo a la morosidad de ejemplaridad en las costumbres de sus mayores.  No estoy en contra de una sociedad mayoritaria de ciudadanos sin cualificar, más aventura y naturalidad de trato, pero me he hecho burgués de la buena educación, aunque ello pueda resultar reaccionario. La huelga doméstica no estuvo mal, hay que repetirla en algún puente que no salgamos fuera. Lo que tengo que solucionar son las resacas que me dejan e impedir la barra libre, el que quiera consumir democracia que la pague en dinero, talento, trueque o voluntariado. Empiezo a estar ya muy mayor para tanta resaca.

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