¿Es bueno ser consumista etiqueta negra?

Manuel Villa-Mabela
Mi estómago rebosante de bilis con sabor a cava de primerísima calidad me despertó alarmado a las cuatro de la madrugada. A lo mejor no fue mi estómago y fue mi hígado o cualquier otro órgano perteneciente a mi ajuar vital. Tengo a los sindicalistas de mi organismo en constante estado de amenaza de huelga dado que no formalizamos un acuerdo filosófico de convivencia que nos convenga a ambas partes. Estaba empachado de pizza cutre, tarta de almendras de monja, verbena de licores medicinales y, por supuesto, cava. Aunque tome pan seco o cualquier insulto a la buena mesa, siempre lo acompaño todo con cava del más caro. Es lo que me ha sugerido mi coach personal. Claro que también estaba empachado de cansancio vital y de alojarme en hoteles de cinco estrellas. Echaba de menos mi pequeño despacho-refugio en casa. Paseando por la habitación hice un hondo repaso a mi vida absurda. Caminaba meditabundo con los brazos cruzados a la altura de mi pecho, esto me lo ha aconsejado mi terapeuta personal. Caminaba meditabundo por la habitación, por el saloncito, salía a la terraza ajardinada perfumada de jazmín preguntándome qué hacía yo perdido en aquel hotel de cinco estrellas inmerso en la jungla del glamour donde todo era rancia pleitesía y adoración a mi tarjeta oro. ¿Por qué comí tanto en la cena? Creo que estaba aburrido de tanta señora despampanante con sonrisa penitencial, personalidad sombría y pechos recios, firmados discretamente bajo el pezón, por sus cirujanos plásticos. Antes comía sopa y fruta y vivía en armonía, pero la maldición se cebó en mí enriqueciéndome sin piedad. Nunca debí especular en la bolsa. Pedí por teléfono una pizza a la barbacoa y me la sirvieron sin rechistar sobre mi mantel de tres estrellas michelín. Fue la sensación de la noche, todos querían probarla, era un alimento tan casual, tan fresco en ese ambiente de cocina presuntuosa y prefabricada que machaca todos los sabores nostálgicos, que nadie deseaba privarse de semejante experiencia culinaria ¿Qué demonios es el “amenité” de espinaca crujiente salpicada de chocolate caliente y vestida de caramelo rezumado de fragancias de bosque tropical?  Me sentía un engendro acaudalado, feroz por recobrar mi libertad y pedir a voz en grito ¡un par de huevos fritos con mucho aceite! Me encontraba sin razones ni argumentos para seguir viviendo como me indicaba mi coach personal.

Un visionario que se dedica a magrearnos el orto a base de modas, posturas e itinerario social para no ser un parche pestilente entre los individuos con posición económica escandalosamente desahogada. Cuando la bolsa me empobreció con sus millones, me cambié de barrio, de costumbres y de amigos. Tenía que evolucionar y ser consecuente con mi cuenta corriente. Yo no soy consumista, yo soy el de siempre, no tengo nada que ver con los consumistas etiqueta negra  que me llaman desde los espacios irreales de la existencia para que me sume a sus filas inmaculadas y habite en sus palacios hechos de paja y cristal. Yo soy el hijo de Antonio y Pastora, el que odiaba las mates y quería jugar al fútbol en un equipo grande para llevarme a las tías gratis a la cama. ¡Maldita bolsa! Todos me dicen que tengo la obligación de ser consumista. Me lo dice mi director bancario, mi shopping manager, el mayordomo…. el sospechoso mayordomo que me sigue por toda la casa como una esposa radical para recoger mis colillas, fustigarme con su mirada desaprobando mi conducta racial y, esperando la perversa gratificación de que le permita vestirme y desvestirme. No me gusta navegar y ya he estado  dos veces a punto de quemar mi yate. Le quería llamar “La Pastora” en honor y recuerdo de mi madre pero me obligaron mis agentes de imagen a que le llamara “Mon petit chocolat”. ¿Y para qué quiero una mansión en la playa de cinco hectáreas? Siempre que voy me doy cuenta de que en mi ausencia la rentabilizan unos ocupas y que sirve de referencia para hacer botellón en la zona. ¿Mi dinero en Suiza? Si yo no hablo francés ni nada que se le parezca. Además me pilla más cerca la sucursal del Hispano Americano de la esquina. Allí en la cola pues puedes hablar de la crisis, la familia, el futuro. Yo no soy consumista. Las vacaciones las paso en el pueblo de incógnito y mi plato favorito es la paella y el tinto de verano. Me gusta jugar al futbolín y pegar patadas a las latas, pero no puedo hacerlo porque deterioro mi imagen, tengo que ser un consumista comprometido. No me echan de los desfiles de modas porque siempre les acabo comprando una mamonada para mi portera. Solo se las pone cuando va de boda. ¿Qué me está pasando? ¿Cómo puedo bajarme de este vagón consumista sin herir a mis empleados y sin que la gente de la tribu de los parados me mire con malos ojos por mi extravagancia y piensen que me estoy burlando, que es un capricho más de rico consentido y desorientado que se aburre de ver pasar la vida en butaca de platea? He propuesto emplear todo mi dinero para crear una universidad de carreras imaginativas y el primer alumno voy a ser yo matriculándome en el Grado de Mendicidad. Me han dicho que muy bien porque esas iniciativas desgravan y proporcionan buena imagen. También deseo crear becas humanistas para todos los frustrados de la doctrina consumista, pero me advierten que no es conveniente alterar a los dioses que no es bueno especular con la naturaleza humana fuera de los laboratorios de tendencias multinacionales. He pensado donar todo lo que poseo a los más desheredados pero mi holding de abogados me hace ver que tal postura, al margen de rozar el delito de hábitos piramidales,  puede incitar a las administraciones que nos protegen a  plantearse que estoy blanqueando capital y bombardeando el equilibrio de la desigualdad social. No sé, yo no quiero pertenecer a esta sociedad consumista, quiero emigrar, pero no me dejan marcharme con las manos vacías. Me impiden rechazar el mal trago de la abundancia y me amenazan con la cárcel por abandono y desamparo de mi riqueza y por violación de la vida regalada. Creo que lo mejor que puedo hacer es aparentar mi beneplácito con el consumismo etiqueta negra y hacerme miembro clandestino de alguna organización terrorista que se dedique a tunear menesterosos de cualquier ideología, doctrina y condición. Y desde luego voy ahora mismo a ingresarme en una clínica de desintoxicación para drogodependientes de la bolsa.  

5 Respuestas a “¿Es bueno ser consumista etiqueta negra?

  1. Te dejé un comentario, no sé si los tienes moderados o es que se ha perdido en las entrañas de la Bestia, en fin, repito mi admiración ante quien plasma con tal maestría una vergüenza social.Un abrazo

  2. Hola, Paloma. Aquí el administrador del periódico. Gracias por el comentario y no, no es que estén moderados. Tenemos la función de comentario abierta incluso a anónimos. Entiende que el problema no es nuestro. Blogger está cambiando detalles, y no siempre los pulen debidamente.Seguimos esperando tus comentarios.Un abrazo

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