Francisco Legaz
Muchos amantes de la literatura, lectores y escritores, alguna vez pensamos en la importancia de las palabras. Son importantes, no cabe duda; importantes y mágicas. Y el hecho de fijarlas en forma de frases escritas en un papel, parece que tiene mucha trascendencia. Sin embargo no siempre ha sido así, y existen multitud de pruebas, no en contra de la literatura escrita, sino a favor de algo tan mágico como la transmisión oral.
Hace poco he asistido a un recital de poesía, cosa que, cuando puedo, hago de vez en cuando. La impresión ha sido muy grande. He vuelto a escuchar voces humanas tratando de transmitirme sentimientos, pensamientos, recuerdos. Algo maravilloso e increíble. En este caso se trataba de la presentación de dos libros de poemas de la editorial CUADERNOS DEL LABERINTO
Leo, en uno de los mágicos libros del genial Borges, que Séneca expresó en una de sus epístolas a Lucilo, su desacuerdo con un individuo muy vanidoso, de quien se decía que tenía una biblioteca de cien volúmenes. Séneca se pregunta en esta epístola: ¿Quién puede tener tiempo para leer cien volúmenes?
Sabemos que sabios muy antiguos como Pitágoras no escribieron nada, porque querían que sus pensamientos viviesen en la mente de sus discípulos, más allá de su muerte.
Platón decía que los libros eran como efigies a las que les preguntas algo y no contestan. Y también sabemos que Sócrates no dejó nada escrito, y lo único que nos nos llegó de él fue a través de Platón, que respondía siempre a la pregunta: ¿Qué hubiera dicho Sócrates de esto?
Del mismo Jesucristo se dice que escribió solo una vez, y lo hizo en la arena, por lo que pronto sus palabras fueron borradas por el viento, o por las pisadas de los caminantes.
La literatura oral se basa en algo maravilloso como es la memoria. Escribir y leer puede ser una herramienta en contra de los recuerdos; en contra de nuestra capacidad de fijar ideas, cosa que la escritura logra sin que medie ningún tipo de esfuerzo intelectual.
Desde que Borges se quedó ciego ya no pudo leer ni escribir, y es desde ese momento cuando empezó a componer poemas. Decía que la rima le ayudaba a memorizarlos.
La experiencia de recibir literatura transmitida oralmente puede ser a veces contradictoria. Las frases van evolucionando; las historias se van transformando, y existe siempre una deriva en el argumento, desde que comenzó a contarse, hasta que tú lo recibes, después de mucho tiempo.
La literatura escrita, muchas veces redundante, es realmente una ficción de la oralidad. De hecho es muy bueno percibir su origen puramente verbal en una lectura cualquiera, que incorpore estructuras y formas de lo oral, ya que esto es un valor añadido valiosísimo en cualquier texto.
Hay que tener también en cuenta que el concepto de oralidad, es una idea construida desde la cultura de lo escrito, de la escritura. Por lo tanto, en sí mismo, el término “literatura oral”, sería, aparentemente un término contradictorio.
Tenemos que dejar que hablen los poetas, pero que hablen con sus auténticas voces. Estamos tan deformados e influidos por la literatura escrita, que decir: “que hablen los poetas”, es sinónimo de: “que escriban los poetas” o “leer a los poetas”.
Reivindico desde estas páginas la voz humana que me habla, que me mira a los ojos, que me hace sentir la calidez directamente sin ninguna clase de artilugios intermedios.
Ya sé que es imposible, a estas alturas de la película, poder obtener la oralidad plena y totalmente funcional, que es más bien propia de las sociedades tradicionales, y además es fácil confundirla con la oralidad que se puede derivar del analfabetismo, cuyo origen está en las tremendas desigualdades sociales, cada vez más grandes.
Vivimos actualmente en un mundo dominado por las letras, por la escritura. Pero la transmisión oral no se está extinguiendo por eso. Demuestra todos los días su poder y su persistencia, en medio de nuestra cultura letrada, en la que el dominio de la escritura es aplastante, hasta el punto de que muchas veces trata de escribir en papel textos que siempre han sido orales. Pero también la propia literatura escrita, llama la atención de la importancia de la oral, y así en novelas como Rayuela, El hablador, La feria, Pedro Páramo, Tres tristes tigres, y un largo etcétera, esta idea queda muy clara.
Por lo tanto, desde estas páginas quiero recordar a los lectores que debemos aprovechar, siempre que podamos, la maravillosa posibilidad de escuchar a los demás, y si de paso lo que nos dicen es poesía, pues mucho mejor.
