Porque su historia es la de un intento de comunicar, de vencer la soledad y el fracaso por no conseguirlo le lleva a matar con quien lo ha intentado, con quien ha estado más próximo. “Tengo que matarte María. Me has dejado solo.” Pero ese intento de comunicación, de ruptura con la soledad, va de lo sublime a viejas pasiones como los celos. Así lo explica el propio autor: “Mientras escribía esta novela, arrastrado por sentimientos confusos e impulsos inconscientes, muchas veces me detenía perplejo a juzgar lo que estaba saliendo, tan distinto a lo que había previsto. Y, sobre todo, me intrigaba la creciente importancia que iban tomando los celos y el problema de posesión física.” Se dibuja así Sábato como uno de esos autores sin brújula que se lanzan al mar dejándose llevar por el oleaje. Una marejada lúcida en la que el hombre Sábato va construyendo su experiencia vital sobre pasiones y desafecciones, pero sobre todo con una disidencia singular. La primera de esas crisis es la marcada por el abandono de su militancia juvenil comunista al conocer los modelos del socialismo real, alejados de la utopía con la que él se comprometiese. Es fácil encontrar esa desafección en su Informe sobre ciegos, donde una minoría marginada termina convirtiéndose en más cruel que aquello que se combate. La segunda crisis es la ciencia, a la que se entrega en su condición de físico e investigador: “Pero en el mismo momento en que las ciencias físico-matemáticas me acababan de salvar empecé a comprender que no me servían: eran el refugio en medio de la tormenta, pero nada más(aunque nada menos) que eso”. Una ciencia y el concepto de progreso frente al que se irá oponiendo en reclamación de un humanismo abandonado: “El poder de la ciencia se adquiere gracias a una especie de pacto con el diablo: a costa de una progresiva evanescencia del mundo cotidiano. Llega a ser monarca, pero, cuando lo logra, su reino es apenas un reino de fantasmas”. Así llegará plenamente a la literatura, que según él mismo dijo, le salvó de la idea de suicidio. Esa plenitud que da a la creación literaria convierte su obra en una vasta cosmovisión del mundo, de las personas en las que penetra y coloca como seres devastados y frágiles ante ese mismo universo que ellos han construido. Extraña paradoja, el ser humano solitario es débil, agresivo en su debilidad como el pintor Castel, pero convertido en masa en un engranaje terrible.
ANÁLISIS: Los Sábatos de casi cien años
Pedro A. Curto
Por casualidad hace unos meses me percaté de que el escritor Ernesto Sábato cumpliría cien años este veinticuatro de junio, cuestión que me sorprendió pues a pesar de suponerle una edad avanzada, no creí que alcanzaría esa mítica cifra. Quizá se debiera a que desde hace unos años el escritor argentino es uno de los autores a los que acudo con frecuencia, no para resolver dudas, sino para planteármelas. Y eso supone una cierta cercanía por la cual uno acorta distancias generacionales con quien de alguna forma establece como interlocutor. Pero su longeva vida añadía algo especial: el privilegio de ser una mirada que, al modo del Orlando de Virginia Woolf, veía con sus ojos masculinos y femeninos desde la Inglaterra victoriana hasta la revolución industrial, él contemplaba un siglo XX ante el que era bastante escéptico. Por eso me planteé releer algunos de sus escritos y hacer un artículo, utilizando el centenario como reclamo. En esas relecturas me sorprendió su muerte, por lo cual el centenario se cumple con su ausencia física, pero con el legado de su obra, que es lo inmortal.
La primera vez que me encontré con el autor argentino fue con el famoso informe Sábato sobre los desaparecidos por la dictadura militar y, fruto de la curiosidad, cayó en mis manos El Túnel. Cuantas veces he leído esta pequeña gran novela, me ha producido sensaciones diferentes, he ido descubriendo cosas nuevas. Al pintor Juan Pablo Castel que asesina a la admiradora de una de sus obras, a la única con la que le es posible llegar a la comunicación total que él busca, he dejado de verlo como una excepción. Algo así como un psicópata que llega a decir en su monólogo que desprecia a la humanidad. He pasado a contemplarlo como un reflejo de esa humanidad y esos hombres que él desprecia.
En la búsqueda de ese refugio humanista, después de escribir El Túnel, donde el hombre es despojado de casi toda posibilidad de salvación, vendrá el ensayo Hombres y engranajes, donde abre una puerta a la esperanza. Aun así Sábato dibujará la ciudad como una sociedad de la tristeza, el crecimiento urbano acelerado crea unas estructuras mecanicistas, donde cada articulación mecánica y del cemento, lo clasifica, lo califica, se convierte en una parte más del engranaje, del que es imposible escapar, generando la angustia contemporánea. Una visión que contempló en el desarrollo de su propio país, de ese Buenos Aires formado con la esperanza de progreso de gentes de procedencias diversas, formado como las grandes urbes modernas, con un almacenamiento humano. Como dice uno de sus personajes en Sobre héroes y tumbas: “¡La patria! ¿La patria de quién? Habían llegado por millones de las cuevas de España, de las miserables aldeas de Italia, de los Pirineos. Parias de todos los confines del mundo, hacinados en bodegas pero soñando: allá les espera la libertad, ahora no serían más bestias de carga. ¡América! El país mítico donde el dinero se encontraba tirado en las calles. Y luego trabajo duro, los salarios miserables, las jornadas de doce y catorce horas.” Porque el distanciamiento del socialismo real que ha conocido en su juventud (el cual verá derrumbarse) no es para casarse con un capitalismo autodestructivo, creador de patrias quiméricas. del que habla en Abaddón, el Exterminador, novela autobiográfica donde él mismo termina convirtiéndose en personaje de su obra; algo, que quizás ya fuese. “Este siglo es atroz y va a terminar atrozmente. Lo único que puede salvarlo es volver al pensamiento poético, a ese anarquismo social y al arte.” Proclama quien conoció bien ese siglo XX, construido sobre la visión trascendental del hombre, (la ciencia y las utopías políticas, dos de ellas, junto a la religión) y derrumbado sobre las catacumbas de esas premisas. Un Sábato en evolución que fueron construyendo los diversos Sábatos, fabricando una obra intensa, marcada entre la luz y las tinieblas, entre el orden y el desorden, también errores y equivocaciones, como la que señala su fotografía junto al dictador Videla, una visión complaciente de una época, que él mismo corregiría. Porque hasta los grandes hombres también yerran y la conciencia de esas equivocaciones, es posible sea una parte de su grandeza.
