por Mac Inculking
El talento de los demás, de Alberto Olmos
Vale, voy a decirlo: el autor de El talento de los demás no es Alberto Olmos. Fue escrita por un japonés. Un japonés que tal vez pudo llamarse Alb, un nombre que escrito en kanjis quedaría japomolón, pero de quien ya nada más trascendió. Sólo yo sé que en realidad la historia se la fue contando a Alberto a ratos perdidos, siempre en los momentos en que el japo volvía del estupor que le causaban las curdas de sake. Le duraba muy poco la lucidez. Lo que tardaba en bajar a la calle a por otra botella.
El japonés está ahí, desde las primeras páginas. Él le cuenta lo que le ocurrió a un chaval español que, antes de acabar el instituto, ya se había paseado por medio mundo ganando premios como violinista. Concursar no era lo suyo: lo suyo era ganar. Lo ganaba todo. Siempre tenía ganas de ganar. Y ganaba, claro, así cualquiera. Tenía talento, y eso se lo aplaudían sus amigos, y su madre a ratos. Su padre no, porque la había palmado antes de empezar la novela. Se suicidó, para ser exactos. Esto era así, hasta que llegó un japonés (otro japonés), que de buenas a primeras lo puso todo en orden: Kentaro Ando. Bien: mi teoría es que Kentaro Ando fue enviado por la Agencia de Estandarización de Marcas Niponas con la misión de inocularse en una novela española contada por un español que en realidad era un japo (a lo mejor llamado Alb) y cuya misión no era otra que: demostrar que el talento no lo tiene un español, ni aunque sea futbolista; el talento siempre es de los demás; de los japos. Había que decirlo de una puta vez. Toda esta parte es la primera del libro, y se titula: El talento de Mario Sut.
El pobre Mario Sut había sido un fiera con el violín. Le hacían la ola antes de tocar en cualquier concurso. Hasta que llegó el Kentaro susodicho. Desde entonces Alberto O., perdón, Mario Sut se convierte en un segundón, en un gris chaval de barrio sin oficio ni papá con visa. Y digo más: en un currante de telemarketing. Finito. Kaputt. Se le acabó el artisteo. No es que desarrollará una carrera más discreta desde entonces, es que ni podrá volver a tocar el violín. Nunca mais.
Correcto: han acertado. En esta parte de la novela no hay una respuesta a nada, hay una pregunta: ¿Qué coño es el talento? ¿Se puede perder en el camino? ¿Existe el síndrome Joselito?
Lo chunguito del tema es que ahí parece que se ha acabado la novela. Luego viene la segunda parte, que se titula El talento de los demás, y es una verdad como un templo, porque ya sólo habla de otros. Ni sabemos nada del japo, ni de Mario Sut. Hay una panda de amiguetes divertidos y que, como buenos españoles, son cantamañanas y hablan todos a la vez. Ahí voy a considerar que no pudo ser el japo el narrador. Más bien se les dejó hablar a todos contando su propia historia de artistas, hipsters, pichasbravas, y todos hablan muy bien. En efecto, esta segunda parte se lee como otra novela distinta porque es otra novela, otro discurso. No hay narrador (ni japo ni español), sino que son los propios personajes los que hablan. Cada uno, un párrafo, y así hasta que gira la rueda y otra vez vuelve a hablar el mismo y recomienza el juego. El ritmo aquí es endiablado, y el ensamblaje de todos los monólogos, perfecto. No se sabe cómo, pero uno entiende la historia aunque hable tanta gente a la vez.
Eh, oigan, que sí. Que ahora lo estoy viendo, y sí que sale Mario Sut. Al fondo, como una figurita de loza del chino en la historia, sin soltar prenda. Todos hablan de Mario Sut, pero Mario ahora es mudo. Ni cuerdas de violín, ni cuerdas vocales. Mario es un enigma.
Y han acertado otra vez. No hay respuesta a nada, hay otra pregunta: cuando a uno ya no le importa nada de lo que le rodea, ¿en qué invierte el talento?
Hay tercera parte porque antes hubo dos. Teoría del triángulo. Estructura del concierto musical. Esquema de la Divina Comedia. Trestrestrés, como los tigres: estresados. Como en las trilogías de toda la vida. En este libro el tres se llama Un final para Mario Sut, y es un título muy bueno.
Todo todo y todo en esta parte está en segunda persona. Es mi argumento definitivo para cerrar el círculo sobre mi tesis inicial de que el libro todo ha sido dictado por alguien. El japo (narrador) hablaba con Alberto Olmos, y éste, que como buen segoviano es cumplidor, fue transcribiendo línea a línea según el otro le iba narrando. Otro argumento: vuelve a aparecer Japón al final del relato. Mario Sut se presenta a un concurso-experimento y, cómo no, llega al final. Entero y con posibilidades. Está enorme en todo momento. Hasta que aparece un chino. Un chino en el imaginario vulgar, porque ya sabrán que el que aparece stricto sensu no es un chino: es un japo. Y Yukio Mishima en el aire y en alguna conversación. Ese sí era un figura.
Y sí, otra vez han dado de lleno: no hay respuesta al final. Vuelve a haber otra pregunta. A Alb le pirran las preguntas. El libro es una pregunta continuada, y acaba con otra en suspenso: ¿es el talento un cáncer en sí mismo? ¿Una celada que impide vivir la vida plena? ¿Qué hice yo para merecer esto?
Pero vean que, más allá de mis teorías, por encima de todo les recomiendo que lean el libro, porque Alberto Olmos le ha puesto su toque personal. No sólo tiene talento, el Olmos, sino que da pruebas de ello escribiendo una novela en tres partes, en las tres personas del verbo, cuajando párrafo a párrafo de resoluciones formales que delatan una inteligencia fina. En ningún momento la lengua parece oponerle dificultades cuando decide modelarla en cualquier registro. Es agudo, es brillante, prodiga humor. Cualquiera diría que con esas prendas tendría éxito seguro como monologuista de club, o guionista de teleserie. Pero no. Alberto Olmos esconde una personalidad difícil que apenas si logra camuglar entre las líneas de sus escritos, y prefiere indagar por el lado más complejo de sus historias. Se ríe de cuanto le rodea, y lo hace con ingenio, pero sus ojos no brillan de autosatisfacción como les ocurre a esa pléyade de ingeniosos que atestan la parrilla televisiva. Alberto Olmos no es de lectura ligera. Sus textos pesan, y se dilatan en el tiempo, volviendo una y otra vez sobre quienes se han atrevido a vérselas con él. Y siguen enriqueciendo al lector.
Como que es uno de los buenos.
Uno de los buenos, ¿han oído? El libro se titula: El talento de los demás, y lo firma Alberto Olmos. Con o sin negro-japo.
(Nota del periódico: La teoría expuesta por Mac Inculking no se vende junto con el libro. Queda aquí, en las páginas de Periódico Irreverentes, bajo licencia Creative Commons, y a disposición del público para ser bajada cuantas veces sea necesario, Sinde mediante).
