La esfera

Carlos E. Luján Andrade

La sutileza de conservar el inconsciente. Collage sobre cartón-Carlos E. Luján Andrade





A lo lejos se veía la multitud. Una luz dirigida hacia el cielo indicaba que acababa de comenzar la celebración. Apreté el paso para no perderme de aquello que me habían dicho que ocurriría al iniciar el evento. Hacía varios días que había salido de mi ciudad para llegar hasta aquí. Nadie quiso acompañarme; mis hermanos me dijeron que era una tontería creer en la palabra del predicador y que era un idiota por dejarme llevar por tantas mentiras. Si lo vieran ahora.

Las nubes del cielo se abrieron y una esfera metálica comenzó a aparecer. La gente gritaba de euforia al ver cómo unas luces de colores emanaban de aquel inmenso aparato. Las personas empezaron a levitar. Una a una, subieron por los haces de luz, desapareciendo dentro de la esfera. Corrí desesperado para que la luz me alcanzara, pero tropecé y caí de cara sobre la arena. Al levantarme, la esfera se apagó y lentamente desapareció entre las nubes grises de la noche. Un lamento profundo recorrió a la multitud.

Desconcertado, avancé con paso cansado hasta donde un grupo de personas conversaba sobre lo sucedido.
—¿Y ahora qué? —les pregunté.
Me miraron con extrañeza.
—No lo sé, hay que ir con el predicador. Él nos dirá qué hacer —me respondieron.

Al mirar alrededor, todos giraban de un lado a otro, buscando. No podían hallar al predicador. Nadie lo había visto desde que llegó la esfera. La multitud comenzó a gritar su nombre, caminando de un lugar a otro para intentar identificarlo entre tantas caras, hasta que uno exclamó:
—¡Se fue en la esfera, se fue en la esfera el desgraciado!

Un silencio nos rodeó, seguido de un murmullo general de incredulidad: “No puede ser”.

Decepcionado, me di media vuelta para regresar a mi ciudad. Mientras caminaba con dificultad por la arena profunda, escuché a alguien que me pasaba la voz. Era una mujer ya madura. Me dijo que era la tercera vez que sucedía. Que siempre se llevaban a algunos y luego desaparecían durante años, hasta regresar por más gente.

—¿Y qué pasa con los que suben a la esfera? —le pregunté.
—Regresan —me dijo con seguridad.
—¿Cómo? ¿Y dónde están? —la interrogué, sorprendido.
—Están por todos lados. Algunos son más listos que otros. Unos aprovechan la experiencia y otros no.
—No entiendo —le replico.
—La gente quiere ir con ellos, viajar en la esfera, pero no sabe para qué. ¿Qué pretenden? ¿Encontrar la felicidad? ¿Tener una experiencia mística? Como si vivirla los hiciera mejores seres humanos. Nada de eso. Los que dirigen la esfera son solo seres de una civilización avanzada que nos hacen dar un paseo por sus dimensiones. Eso es todo. El asunto es que muchos no lo entienden y hablan de dioses, del cielo, de la felicidad. Y, por supuesto, hay quienes les creen. Entre los que vuelven, cada uno escoge hacia dónde lo lleva esa vivencia. “¿Sabes que, de cuando en cuando, las civilizaciones creen que la salvación vendrá de los cielos? Hoy es una esfera, ayer eran las estrellas. Eso viene de uno mismo”.

—¿Quién eres? —le dije, extrañado.
—Es obvio. Yo he viajado con ellos.
—¿Qué viste? —pregunté, banalmente.
Ella me miró con calma y respondió:
—No has entendido nada.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.