LAS DOS CARAS DE LA LUNA: “Alguien tiene que limpiar la mierda/ y si no hay viento habrá que remar” de José Pastor González y Rakel RaRo

Pedro Villalón





Recuerdo cuando, hace años, me llegó al buzón “Alguien tiene que limpiar la mierda / Y si no hay viento habrá que remar”, uno de esos libros dobles, reversibles, con dos caras distintas en paralelo, que comparten un mismo valor, como la cara y la cruz de una misma moneda. O mejor, como esas mantas, con una cara más lisa, de tacto más frío, y otra afelpada, más cálida y pegada. Un mismo cobijo, dos sensaciones diferentes.

Por alguna razón, en aquel entonces, cuando al levantarme miraba la mesilla junto a la cama, el libro solía estar del lado de los poemas de José Pastor, el lado de “Alguien tiene que limpiar la mierda”. La portada con la escoba barriendo las hojas muertas es la que ha quedado en mi cabeza. Sin duda, al acostarme, me había detenido en algún poema de esta cara que, por entonces, sintonizaba a la perfección con el receptor de mis ideas. Recuerdo esos poemas breves, de insuperable concisión, que intenté memorizar:

he ahí la cuestión

esperar o marchar

*

sin billete de vuelta

me borro del mapa
para que sigas tu camino

*

agujas

mientras mis amigos se pinchaban jaco
yo me pinchaba a los stones

*

lecciones de jardinería

nos estáis echando tanta mierda encima
que estáis abonando nuestro odio

Luego estaban esas historias contadas en versos sencillos e implacables, que te situaban sin remedio del lado de quien contaba la escena, que te hacían ver el mundo con sus ojos. La insuperable “barrer para casa”, sigue en mi cabeza. “Otros enemigos…” es alta sociología. “tomando una cerveza un domingo soleado de otoño”, es un pedazo de vida fijado en el papel, una instantánea:

hablando de planes, de viajes, de chicas, de conciertos
cada uno con sus sueños, esperanzas, ilusiones
sin que tengan la menor posibilidad de realizarse
pero aquí estamos
bebiendo con sed
felices

Con la noticia de que el libro se ha vuelto a editar, ayer volví a leer estos poemas. Esta mañana, al despertar, he visto el libro sobre mi mesilla, al acostarme le había dejado del lado desacostumbrado. Sobre la portada, el viento arrancaba de las ramas las hojas secas que, en el otro lado del libro, la otra portada, se encargaba de barrer la escoba. Era la cara escrita por Rakel Rodriguez, “Y si no hay viento habrá que remar”. Algo cruzó por mi cabeza, el libro era el mismo, quizás el lector había cambiado y prefería ahora la otra cara de la luna.

Si José nombra con claridad la mierda, los mierdas del mundo, como algo obvio, y establece frente a ello distancia de trinchera, refugiándose en su gente. Si retrata, desde su lugar en el mundo, con fría lucidez, un mundo partido, en el que cada uno debería reconocer su posición y obrar en consecuencia, sin esperar concesiones… Al otro lado del libro, la mirada de Rakel, desde un lugar similar, es algo menos fría, más afelpada. El estado de ánimo, el humor del momento, los nervios, impregnan los versos; se confronta de una forma más corporal con esa gente agobiante, cansina, de conducta hiriente, que pulula por los poemas.

hablas, sin parar
sin dar un respiro,
con esa mirada de saberlo todo,
mientras otros
limpiamos tu mierda

Y frente a esa gente, a la que José señala con el dedo acusador, Rakel muestra la acertada audacia de sostenerles la mirada.

La gente
de la que hablas
gratuitamente
y sin vergüenza,
la gente
a la que insultas íntimamente
y a distancia,
esa gente,
acuérdate,
también soy yo.

No se aparta, se defiende en el combate cuerpo a cuerpo; queda una posibilidad, si no de doblegar, al menos de abochornar al adversario. Es un desprecio cordial, un desprecio activo.

Evítame la ira

no quiero saber
cuánto ganas
cuánto gastas
ni lo que pagas de hipoteca
ni de letra del coche
ni lo que consumes en tus viajes por el mundo.
No quiero saber
si tienes también casa en la playa
ni coche de empresa
ni gastos de hotel.
No me lo cuentes. No me lo digas.
Evítame la ira. De verdad.

En qué poema me detuve ayer, en los otros, en ese lugar donde cantan, en afán de justicia…

Todos muestran esa disconformidad con este mundo, que comparten las dos partes del libro, pero, intuyo que, más allá de la afirmación social frente a los otros, que antaño primaba en mi cabeza, más allá de el orgullo a ser contrario , y del desdén, ahora en mi ánimo cada vez pesa más lo agobiante y lo crispante. Quizás las tripas o el corazón van ganando peso frente a la cabeza. En un solo libro las dos caras de la luna.

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