Estefanía Farias Martínez

Mercato di Piazza Cavallotti (2020)-Massimiliano Luschi
(Mercado de abastos. Siete y media de la mañana).
En la carnicería de la derecha aún no hay clientes y el carnicero, un hombre grueso de brazos cortos, está ensartando paletillas de cordero en ganchos medianos y colgándolos a un palmo por encima de su cabeza.
En la carnicería de la izquierda, CIPRIANO observa atentamente cómo le preparan los entrecote de ración. ELODIA siempre incluye en la lista de la compra las especificaciones de los pedidos. Es exigente y meticulosa y no admite desviación alguna respecto a sus precisiones.
En la pollería, sobre un mostrador abarrotado de pollos enteros y conejos, una mujer rubia muy maquillada coloca un cartel: “Se vende pollo halal”.
En la única pescadería del mercado, el pescadero está limpiando una merluza. La desescama, le corta las aletas y la cabeza, la destripa y la sumerge en un cubo de agua con hielo para limpiarla por completo. A continuación la hace rodajas gruesas, las coloca muy a la vista sobre un lecho de hielo y pone el cartel con el precio. Saca un congrio de una de las cajas apiñadas en el suelo y se dispone a realizar la misma operación cuando llega su primer cliente.
—¡Buenos días!
—¡Buenos días, Angelitas! (El pescadero devuelve el congrio a su caja). ¿Hoy qué va a ser?
—¿Están frescas las pescadillas?
—¡Saltan! Mire cómo tienen los ojos. (El pescadero le extiende un ejemplar y le abre las agallas al pez). Fíjese, más rojas imposible.
—Tiene buena pinta. Deja que toque. (Ella presiona la carne de la pescadilla con un solo dedo). ¿A cómo están?
—A cinco noventa y cinco el kilo.
—Ponme poco más de medio, pequeñitas, que son para freír.
(El pescadero coge un puñado de los animales más pequeños y los coloca en la báscula sobre una hoja de papel parafinado).
—¿Éstas le gustan?
—¿Cuánto pesan?
—Seiscientos cincuenta.
—Quita una.
—¿Quiere algo más? Tengo salmonetes de roca.
—Otro día, hoy no. Dame medio de morralla.
(El pescadero coge otra hoja de papel parafinado y mete la mano en el batiburrillo de pequeños peces de roca, saca tres puñados, los pone sobre el papel y lo deja en la báscula. Va quitando peces hasta llegar al medio kilo justo).
—¿Quiere algo más?
—No, ¿cuánto es todo?
(El pescadero saca un cuadernillo del bolsillo de su delantal blanco sanguiñolento. Se lleva la mano a la oreja y coge el lápiz, moja la punta con la lengua y calcula el total en voz alta mientras lo anota).
—Medio de pescadillas son dos noventa y cinco y el medio de morralla seis cuarenta…o sea cinco más cero cinco, nueve y cuatro trece, me llevo uno, seis y dos ocho y una nueve… total nueve treinta y cinco. (Arranca la hoja y se la entrega a ANGELITAS. Ella abre el bolso y saca el monedero. Coge un billete de veinte y se lo da). ¿No tendrá los treinta y cinco céntimos por casualidad? (El pescadero se encoge de hombros, demasiado pronto para la calderilla de las vueltas).
—Espera. (Ella busca en el monedero y le da tres monedas de diez y una de cinco. Tuerce el gesto, va a tener problemas en la frutería porque no le queda casi calderilla). ¿Así está bien?
—Gracias. (El pescadero saca un billete de diez y una moneda de un euro de la faltriquera que lleva atada a la cintura). Tenga su vuelta, uno y diez. Su compra. (Le da la bolsa a ANGELITAS por encima del mostrador). Que pase un buen fin de semana. ¿Quién va ahora?
—¡Yo! (Se adelanta una mujer con gafas de sol y vestido de flores). Ponme salmonetes, pescadillas pequeñas y boquerones, medio de cada. ¿Tienes…
(Mientras el pescadero atendía a ANGELITAS, los clientes han ido llegando y ella tiene que abrirse paso para salir de las inmediaciones de la pescadería. Alguien le un toquecito en el hombro y ella se gira ).
—¡Angelitas! Ya no me reconoces.
—¡Buenos días, Don Cipriano! No le había visto.
—Es que no miras por dónde vas. Siempre corriendo. Si desde la inauguración de Casa Elodia no has vuelto a pasar por allí y de eso hace siglos.
—Le juro que no tengo tiempo para nada, Don Cipriano. Pero mi madre y yo le vimos por la tele. ¿Elodia no quiso salir?
—No hubo manera de convencerla. Los del programa se presentaron sin avisar y se metieron hasta la cocina en plena hora punta. Ella sólo quería echarles a patadas porque preguntaban tonterías. Como vieron la cola en la puerta y las mesas individuales, que si éramos un comedor de beneficencia. Ella no prestaba mucha atención a lo que decían, sólo quería que salieran de la cocina así que les invitó a comer. Por supuesto respetando el lema de la casa: “A casa Elodia se viene a comer, no a socializar”. Y como les tocaba esperar y con ella no podían hablar, me entrevistaron a mí y me despaché a gusto. Luego se comieron la fabada de Elodia y pasamos de comedor de beneficencia a restaurante cinco estrellas. Al final del programa recomendaban muchísimo Casa Elodia.
—Es verdad. Y usted lo hizo muy bien. ¡Felicidades!
—Gracias, hija. Uno está mayor, pero… quien tuvo, retuvo. ¡Que yo fui gerente de la fábrica!
—Claro que sí, Don Cipriano. Cuando mi mamá trabajaba allí siempre hablaba de usted: ¡Qué buen porte tiene el gerente! ¡Qué bien habla! Las tenía a todas locas.
—Ya será menos, pero porte había. La pena es que se perdió, pero la labia —¡Gracias a Dios!— todavía la conservo.
—Que está estupendo, Don Cipriano. Y me reí mucho con lo de la mesa caliente.
—“Ese es el concepto” como le dije a la de la tele. Por eso son mesas individuales con reloj como los de los ajedrecistas. Cuando pongo el plato en la mesa, le doy al reloj y cuando suena, recojo el plato.
—¿De dónde sacaron eso?
—Cuando cerraron la fábrica, y no teníamos ya la mercería, lo pasamos bastante mal. Los gemelos tuvieron que empezar a compartir cuarto y en el dormitorio que quedó vacío pusimos dos camas y las alquilábamos como cama caliente. Estuvimos años así hasta que los hermanos de Elodia vendieron el piso que habían heredado de la madre y nos tocó un pellizco. En esa época Los Girasoles tenía muchos problemas, el traspaso era asequible y a Elodia se le ocurrió lo del restaurante de mesa caliente y aquí estamos. Y yo… de gerente a camarero y recadero, pero así es la vida.
—Usted es mucho más que eso. Además seguro que después de la entrevista el comedor se llena todos los días.
—Eso le dije a Elodia: hay que atraer clientes. Pero a ella lo de la tele no le gustó nada. La sacaron en plena faena. Ni para pintarse el ojo le dio.
—Yo la entiendo.
—Yo también, pero con las lentejas no se juega.
—En eso tiene toda la razón, Don Cipriano. Me alegro muchísimo de verlo tan bien. Dele un beso de mi parte a Elodia.
—Ven a vernos, no lo dejes tanto.
—Le prometo que lo haré.
—Hasta luego, Angelitas.
—Hasta luego, Don Cipriano.
(CIPRIANO llama la atención del pescadero y le extiende la nota. El pescadero le hace un gesto para que espere a que termine con la clienta a la que está atendiendo).
(ANGELITAS llega a la zona central del mercado, donde están las fruterías. De las tres que hay elige la más grande: la del centro. Allí MIRA está discutiendo con la frutera y no la ve llegar).
—¿No vende las manzanas por piezas?
—No, ya se lo he dicho, en bolsas de medio kilo o un kilo.
—Es que sólo quiero una. Yo no necesito medio kilo, eso son muchas.
—Pero no sea tacaña por Dios, Seña Mira.
—No es por tacaña… es que si compro más se me estropean.
—Las manzanas aguantan mucho y ¿cuántas caben en medio kilo? Si no serán más de tres…
—Ah no, ésas son muy grandes. Yo la quiero de las rojas.
—Aquí le tengo la cajita de cuatro rojas, medio kilo.
—Que se me estropean.
—¿Y aparte de la manzana quiere algo más?, Seña Mira.
—¿Las zanahorias son al peso?
—Sí.
—Entonces ponme una zanahoria mediana, un puerro y una patata de las gordas.
—Más como usted y me arruino, Seña Mira.
—Qué quieres, hija. Si vivo sola, no necesito nada más. Y si no puede ser una manzana, pues me quedo sin manzana.
—Aquí tiene su manzana, su zanahoria, su puerro y su patata.
—¿Cuánto es todo? En pesetas, por favor.
—Treinta céntimos la manzana, veinticinco la zanahoria, cincuenta y cinco el puerro y cincuenta la patata. Total… un euro con setenta. Doscientas sesenta y seis pesetas, Seña Mira.
—Toma…Una moneda de euro, una de cincuenta y una de veinte, justo.
(La frutera sale del puesto para darle a MIRA la bolsa con su compra).
—Le puse una manzana roja preciosa, de las de Blancanieves. Que tenga un buen fin de semana, Seña Mira.
—Gracias, hija. Eres un sol.
(Cuando MIRA se gira para irse, se encuentra a ANGELITAS de frente).
—¡Buenos días, Seña Mira!
—¡Buenos días, hija! ¿Vienes del pescadero?
—Sí, Seña Mira. ¡Tiene las pescadillas pequeñas que a usted le gustan! ¡Y salmonetes de roca!
—Entonces ahora me acerco.
(La frutera se impacienta. Ve que empiezan a llegar clientes al puesto de la derecha, los melones están a dos por uno. Algunas señoras dudan entre seguir recto y acercarse al suyo, pero las cerezas aún están caras y no puede rebajarlas más. Otras torcerán a la izquierda porque allí tienen la sandía en oferta).
—¿Le apetecen unas cerezas, Angelitas? ¡Pruébelas! Verá qué ricas. Las tengo de oferta.
(La frutera coge un par de cerezas y le da una a MIRA y otra a ANGELITAS).
—Están buenísimas, parecen del jerte.
—Son del jerte.
—Ya decía yo.
—Entonces, ¿qué? ¿Le pongo cuarto kilo?
—¿A cómo están?
—A cuatro euros el kilo. (La sonrisa ladeada de la frutera emula una súplica).
—Ohhh. Mejor no, dame medio kilo de peras de agua, que estén maduras pero no pasadas.
—Están en su punto.
(MIRA interviene).
—¿Y tu madre cómo está?
—Ahí anda, Seña Mira… (ANGELITAS observa el género expuesto). Ya sabe… lo de su artrosis cada vez está peor… Si el médico le ha dicho que tiene que andar y ella no quiere. Dice que le duelen las rodillas y se pasa todo el día sentada en el sofá… y cuando se va a levantar, no se puede mover porque se anquilosa.
(La frutera reclama la atención de ANGELITAS).
—¿Quiere algo más, Angelitas?
(ANGELITAS levanta la cabeza).
—Un kilo de pimientos verdes italianos, otro de patatas y cuarto kilo de pimientos de padrón. (Mientras la frutera va preparando su compra ANGELITAS sigue hablando con MIRA). Cuando estoy en la consulta, me llama continuamente para saber a qué hora vuelvo… dice que la tengo abandonadísima. Pero si le dejé una copia de las llaves a la vecina para que se pase por casa por si mi madre necesita algo. Y no sabe usted Seña Mira cómo se porta la vecina. Una maravilla de mujer. La hace compañía, juega a las cartas con ella, le calienta la comida. Pero no hay caso. Mi madre es una antipática con ella. Es terca como una mula, dice que esa señora no es su hija y que ella no necesita niñera, que mejor se muere.
(La frutera vuelve a intervenir, cada vez más impaciente. Ya ha visto a una señora desviarse al puesto de la derecha en el último minuto. Va a tener que bajar el precio de las cerezas).
—¿Quiere algo más, Angelitas?
—No, ¿cuánto es todo? (ANGELITAS saca la cartera).
—Seis cincuenta. (La frutera le entrega el ticket de caja).
—Toma. (ANGELITAS saca un billete de veinte). Cámbiame.
—¿No lo tiene más pequeño? (La frutera ni siquiera coge el billete). Es que a estas horas me mata con el cambio.
—¿Y dónde consigo yo cambio?
—En el mercado olvídese, está todo el mundo empezando jornada.
(ANGELITAS rebusca en su monedero y saca un billete pequeño y monedas).
—Has tenido suerte. Toma… uno de cinco y con la calderilla completo, te llevas todas las monedas que tenía, me has dejado pelada.
—Aquí tiene su compra y que tenga buen fin de semana. (La frutera le entrega la bolsa por encima del mostrador). ¿Quién es la siguiente?
(Por fin han empezado a acercarse algunos clientes).
—¡Yo! (Una mujer oronda se abre paso). Dame…
(ANGELITAS y MIRA se apartan del puesto. Por un momento ANGELITAS observa fijamente a MIRA).
—Seña Mira, ¿tiene un orzuelo?
—Sí, me estoy lavando el ojo con manzanilla desde ayer.
—Pruebe con cebolla, se cura rapidísimo. Usted pica un poco de cebolla, la pone en un pañito y lo estruja para que suelte el jugo. Y con ese pañito mojado se frota el párpado.
—¿No se te pone el ojo como una bota?
—Todo lo contrario, en un día o dos se va el orzuelo.
—Pues lo voy a probar. Cuando haga la sopa me guardo un cachito de cebolla. Y con tu madre no discutas ni te enfades, tenle paciencia. Mañana como es domingo la consientes y verás qué contenta se pone.
—Eso hago todos los domingos, Seña Mira. Pero si para mañana le voy a preparar las pescadillitas fritas y patatas a lo pobre con pimientos de padrón. Le encantan y se divierte intentando encontrar el que pica y luego las madremías si lo encuentra.
(ANGELITAS mira el reloj).
—Bueno, Seña Mira, hasta otro ratito que todavía tengo que pasar por casa a dejar la compra antes de ir a la consulta.
—Hasta luego, hija.
(MIRA se va hacia la pescadería y ANGELITAS apura el paso hacia el arco que da a la calle).
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