ANDRAJOS (I): Un autobús escolar

Estefanía Farias Martínez

Fire piker i Åsgårdstrand (1903)-Edvard Munch




I
Última fila, a la izquierda, asiento de ventana.

Una niña con dos trenzas apretadas y la cara pegada al cristal.

Ese verano su tío alquiló un apartamento en Estepona y les invitó a pasar unos días. Sus padres decidieron ir en agosto, el fin de semana del 21, el día de su cumpleaños, cumplía 11. Lo celebrarían al día siguiente, ya en la playa. La noche anterior ella durmió muy mal, le dolía la tripa. Cuando se despertó, se notó toda mojada. Había pasado lo que temía: un charco de sangre. Se levantó enfadada y fue a buscar a su madre. “Mamá… ya. Necesito una compresa”. La madre llamó al padre y a ella la mandó a darse un baño.
Después de desayunar su padre le dijo que tenía que saber algunas cosas, y le abrió un tomo de la enciclopedia Larousse, indicándole con el dedo la palabra “coito”. Le dijo que leyera despacio y se fijara en los dibujos y si tenía alguna pregunta que la hiciera. Ella leía, miraba, no entendía nada, pero prefirió quedarse callada. Tenían prisa, en una hora salían de viaje. Se mareó más que nunca. Una vez en el apartamento del tío, cuando todos se preparaban para ir a la playa, la madre dio la noticia a sus tíos: ella no se iba a poder bañar, estaba teniendo su primera menstruación. Sonrisa de felicidad de los tíos que no comprendió. Luego vino la tortura de la playa. Sentada en la arena, en bañador, pero con el pañal puesto, asándose, apestando y las malditas pulgas picándola. Estuvieron horas y de vuelta al apartamento. Así tres días y aquello no se acababa. Le dijeron que podía durar una semana y ella sólo quería volver a casa. Al cuarto día su hermano amaneció vomitando y sus padres decidieron interrumpir las vacaciones. Ya hacía más de un año de eso y aún no se lo había dicho a ninguna de sus amigas. Pero aquella mañana la repetidora, aprovechando una pausa entre clases, empezó a interrogarlas a todas. Algunas reconocían con vergüenza que aún no, otras presumían orgullosas de que ya sí. La clase se fue dividiendo entre mujeres —a las que les saldrían tetas y podrían saltarse la gimnasia “esos días del mes”— y niñas. Cuando le tocó su turno, ella se quedó muda, pero la repetidora era muy insistente y acabó confesando. A ella no la creyó, quería pruebas, quería llevársela al baño y que se lo demostrara. Ella se negó y todas empezaron a decir que mentía. En ese momento llegó la monja y se callaron, pero no dejaron de mirarla hasta que se acabaron las clases. No quería volver al colegio al día siguiente.


II
Última fila, asiento del centro.

Un niño mofletudo con brazos gruesos dándole patadas a su cartera.

Saca una nota del bolsillo. Es para su madre. La monja quiere verla para contarle lo de la otra monja que se quedó tonta. A él lo del aviso de bomba para no tener el examen de ríos le pareció complicarse la vida innecesariamente. Las monjas llamarían a los bomberos y a la policía y sería mucho jaleo. Por eso propuso que uno de ellos llamara diciendo que el hermano de la profesora de geografía había tenido un accidente. Ellos sabían que aquella monja tenía un hermano en Mallorca; mientras ella llamaba a su familia y le localizaban, las clases se acabarían. Pero la monja se desmayó, el enano se asustó y se chivó a la superiora. Ahora se jugaban la expulsión los cinco. Aunque hiciera desaparecer la nota, la monja llamaría a casa, no tenía otra opción: la idea había sido del enano. Todos estaban de acuerdo. Ése se merecía la expulsión.


III
Última fila a la derecha, asiento de ventana.

Un niño sin cuello mirándose los pies.

Esa tarde su madre tiene clase de yoga. Saca del bolsillo el monedero. Ha estado ahorrando dos semanas. Tiene suficiente para un pollo asado en el chiringuito de la esquina. Son más baratos que en el bar de la vieja, aunque también más pequeños. Si lo raciona bien, le puede durar cinco días. Debajo de la cama es el mejor sitio para esconderlo. Su madre nunca mira allí. Fue buena idea pedir paga extra por limpiar su cuarto, con los cincuenta céntimos que le daban por hacer la cama no tenía para nada. ¿Por qué le han tenido que tocar unos padres veganos? No podían ser como los de sus amigos que les dan carne…


IV
Quinta fila a la derecha, asiento de pasillo.

Una niña con gafas de pasta arañando la correa de su cartera.

Su madre le dijo que no se puede llorar por gente que no es nada tuyo. Pero la niña pelirroja era como su hermana pequeña, había estado un año cuidando de ella en el autobús. Un día dejó de ir. Ella se preocupó, luego supo que estaba enferma y dos meses después dijeron que se había muerto de leucemia. No sabía lo que era eso, pero se la mató. Y no la dejaban llorar porque haría raro. También le dijeron que se le pasaría el disgusto, pero no se le pasaba.


V
Cuarta fila a la izquierda, asiento de ventana.

Una niña con pulsera de chinos titubeando un padre nuestro en bajito.

Ayúdame, por favor. En casa me van a matar. La idea no fue mía, fue de ellas, sobre todo de la nueva, decía que la delegada estaba vendida a las monjas, que necesitábamos echarla. Al principio todo fue bien, teníamos convencida a más de media clase, pero cuando llegó la monja, se echaron atrás y me dejaron sola. Ahora resulta que soy la de la idea y la monja quiere hablar con mi madre. Me va a matar. Sólo te pido que me ayudes esta vez. Te prometo que rezaré todos los días y me aprenderé el padre nuestro.


VI
Tercera fila a la izquierda, asiento de ventana.

Un niño con un parche en el ojo.

Gané a todos. Más de veinte minutos bizco. Todavía se acuerdan y fue hace dos semanas. Hasta los de quinto se enteraron. Y además me libré del solfeo porque veo moscas todo el tiempo. Lo malo es este parche. Mi madre me lo podía haber puesto negro, pero es parche de ojo que se va. El oculista dijo que me había hecho daño en los ojos. El lunes tengo que volver a que me cambie el parche. Sólo será durante un tiempo y dice que corto. Pero gané a todos.


VII
Segunda fila a la derecha.

Un niño con una tirita en la barbilla y otro con dos dientes rotos.

—¿Lo de los dientes es por el cabezazo que te dio ayer el portero de cuarto B?
—Ése me rompió uno, pero al llegar a casa mi hermana me cerró la puerta y me rompió el otro. ¿Y a ti que te pasó en la barbilla?
—La bici. Estábamos probando la bici de carreras detrás de la gasolinera y me saltó la tapa de una lata, se me clavó, casi me corta la cabeza. Me pusieron la antitetánica.
—A ti no te conté lo del atraco, ¿verdad?
—¿Qué atraco?
—Este verano me atracaron a punta de flecha. Fueron unos gitanos. Había ido con un amigo al club y volviendo a casa fuimos por el cerro en vez de por la carretera. Y salieron de no sé dónde tres gitanillos con flechas. Nos las pusieron en el cuello. Pensé que nos iban a matar y les di lo que llevaba encima, pero mi amigo no quiso darles nada y llevaba la paga en el zapato. Casi les digo dónde buscar, porque eran peligrosos. No sé ni cómo nos escapamos. Yo empecé a correr y no paré hasta llegar a casa. Todavía noto la punta de la flecha en el cuello. Qué susto. Fue aquí justo, en la yugular.


VIII
Segunda fila a la izquierda.

Una niña morena con cola de caballo y una rubia con rizos.

—¿Has visto lo que ha pasado hoy en el recreo con el chico de tercero A?
—Sí, vi salir corriendo a su profesora, iba gritando: “no os acerquéis, no lo toquéis..”
—Yo me asusté mucho. Estaba tan normal y de repente se tiró al suelo y empezó a hacer cosas raras. Movía la cabeza, los brazos, las piernas. A lo mejor tiene algo malo en la cabeza. Como los del pueblo del llano.
—¿Los que se ahorcan por el viento?
—Sí, mi padre dice que no se cree lo del viento, que seguro que se casaban entre ellos y están locos la mitad. Eso pasa mucho en los pueblos, lo de casarse entre primos, y la raza se degenera, eso dice mi padre.

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