Carlos E. Luján Andrade

Enjambres libertados. Collage sobre cartón-Carlos E. Luján Andrade
Fábula
(A Fernando Pessoa)
…Y fue cuando lo comprendí…
Él llegó a ser la gallina de los huevos de oro
que destazó para ver si dentro de sí,
habitaba toda su poesía.
Tan débil para abrir los ojos. Se conforma con vivir en los sueños, donde habita el silencio y la oscuridad. Una pizarra primariosa donde dibuje sus primeros trazos, la superficie que simula la negrura del universo. Así, esboza constelaciones imaginadas, hace resplandecer estrellas a su albedrío, colorea mundos de regocijo al simple suspiro. Y unos cataclismos de imágenes se extienden por esta cavidad universal, otorgando formas de hondonadas y ríos que evocan un mundo por venir.
Lo etéreo es materia en símbolos silentes y se emociona al cobijarse en este refugio onírico. Ahí, él, en arrullos, pisa el césped prohibido, coge flores ajenas o husmea en ventanas de cristal sin esperar el rechazo de los que niegan y se niegan a la fragancia del instinto natural. En su propio universo todo es movimiento, ir de izquierda a derecha en volantines o como mariposa que ignora el miedo al pesticida o al matamoscas.
El alimento se toma y se sacia con él, pernocta en la oscuridad como si sucumbiera aún más en otro mundo lejano. La libertad del ser invisible. Es por aquel hábitat que le arrebata la voluntad o el deseo de abrir los ojos cuando a su alrededor ya deseen sentenciarlo a la muerte. No pueden entender que se encuentra escuchando aves canoras en su simulacro mortuorio. No pueden comprender que ahí, en lo profundo, el movimiento solo es movimiento y la respiración, respiración. No es posible que puedan dejarlo a solas en un mundo de primavera si el resto, tembloroso, se congela en el invierno. Dejen que siga, inerte, imaginando la voz perfecta del viento o el llamado maternal del mar y tal vez así transforme su capricho en una perfección natural.
Él sigue vigoroso, atendiendo lo creado, un pequeño dios que forja juguetonamente los cerros creadores de cordilleras o líneas convertidas en tormentosos ríos. No crea ciudades ni hombres, solo será uno de los animales atesorando la sombra ante un desinhibido sol. Prefiere ver el devenir del movimiento natural sin la inspiración destructora de una sola voluntad racional que es capaz de destruir un continente de barro y flora a discreción.
Ese es su juego sin elección. Son secretos que oculta entre sus párpados clausurados en el rincón de algún lugar y preserva para sí lo mejor de su cielo. Reposa sin multitudes, sin negar lo que aún no ve, así los desconocidos se atolondren por revivir al que, desde hace mucho, fue capaz de crear un mundo entero para sí mismo.
Pero en la pasividad del caluroso viento, la alegre voz se disipa, los seres huyen en desesperación, las aguas se desbordan y las montañas se agrietan. Es un ruido infernal, como truenos que invaden la tranquilidad de la diana. El sol imaginado desaparece mientras del cielo brotan dos astros más potentes que calcinan sus árboles y jardines.
El ruido lo ensordece y luego escucha el júbilo. En un momento, el terror concluye y ve un mundo más pequeño donde sujetos lo sostienen de sus pequeñas piernas palmoteándole en las nalgas. Ahora vive en melancolía proponiendo vengar la destrucción de su primer universo.
(En El Comedio del Breñal)
