Fernando Morote

Viajamos todos los días en el mismo vagón. Mientras leo el periódico, ella admira por la ventana el horizonte anaranjado. Somos vecinos de un suburbio tugurizado. Tras abandonar el andén continuamos mudos la marcha. Ella sabe que voy detrás examinando cada poro de su cromosoma, oliendo cada órgano de su masa, lamiendo a distancia cada orificio de sus tejidos. Su mirada corrosiva hace arder la cuadra entera. Su melena salvaje me mueve a pensar cómo será su zorra húmeda, frondosa en vello púbico. Si así de jugosa se adivina su boca, igualmente sabrosos han de ser los labios de abajo, capaces de encharcar cuatro metros de baldosas. Es el tipo de mujer que puede apestar a cebolla en un instante y al siguiente hechizar con un perfume refinado. Me pierdo en la raya vertical de sus medias de nylon. No puedo resistir la tentación que me provoca el talón abierto de su zapato.
—


