RAFAFÁ (Final)

Estefanía Farias Martínez

Rosengarten (1920)-Paul Klee





José Armando les consiguió varias bicicletas, la primera, una mountain bike, porque les parecía más segura para recuperar el tono. Cuando la utilizaba Pelayo le ponían unas rueditas supletorias, pero esta humillación él sólo la toleraba en una zona apartada del parque, daba vueltas en círculo para hacerse uno con la máquina. Sin embargo, resultaba muy pesada para Venancio y para el propio Pelayo, así que José Armando se la cambió por una de paseo, más ligera. Mientras los demás practicaban en solitario, Ataulfo lo hacía cargando con Cosmo. Cuando por fin le quitaron las supletorias a Pelayo, los cuatro pasaban horas dando vueltas por el jardín, luchando contra el crono bajo la atenta supervisión de la Madre Adoración. La directora, la Madre Concepción, tras una dura negociación con Ataulfo, que se comprometió a permitir que otros residentes usaran su máquina, consintió que la guardaran en el garaje de la residencia por las noches, de día se quedaba en el jardín. Las habitaciones eran demasiado pequeñas y ninguno la podía tener en la suya sin sufrir algún accidente, Cosmo parecía un mapache y las espinillas de Pelayo estaban destrozadas. Ataulfo presentó fotos a la directora para atestiguar los hechos, por petición de los implicados, a Venancio le dio vergüenza enseñar su meñique entablillado por un enganchón con el manillar. Nadie sabía cómo Ataulfo conseguía meter la bicicleta debajo de la cama, aunque luego sacarla era otra cosa.


En mayo se hizo la votación para el viaje y ganó la propuesta de los chicos del dominó por 27 a 13, la directora estuvo de acuerdo en contratar el viaje a través de la agencia en la que trabajaba Martirio, ella les consiguió todos los descuentos posibles y se ganó una buena comisión. Saldrían de Madrid el 17 de julio y volverían el 23. Ataulfo se puso de acuerdo con su abogado, abrió una cuenta en un banco holandés, el ING, y el nuevo dueño del piso le hizo el ingreso, se le entregarían las llaves en el plazo indicado por la ley para mandar el aviso de desalojo a los inquilinos en la fecha prevista. Los demás también hicieron los trámites en secreto para domiciliar su pensión en ese mismo banco.

Martirio le entregó a Venancio un plano de Ámsterdam en el que estaba indicada la ruta que seguiría el grupo en la visita turística en bicicleta, pasaba a dos calles de su objetivo, así que manteniéndose a la cola del pelotón podrían desaparecer sin que se notara. Sólo debían memorizar el punto de salida de la ruta y el itinerario que les conduciría a la joyería. Dejarían las bicicletas en la puerta y entrarían andando tranquilamente.


Cuando apenas faltaba un mes para el viaje aún había pendientes algunos flecos del plan y Ataulfo convocó una reunión en la sauna, aprovechando la agitación de las monjas ante la visita de las cámaras de un programa de televisión. A la directora no le pareció mala idea la ausencia de los chicos para la ocasión.

—Ataulfo, ¿Amador no viene hoy?
—No, Cosmo, no cabe. Vamos a lo nuestro. Ya tenemos casi todo listo, sólo nos falta un detalle muy importante: el atraco. Por lo que me ha estado explicando Venancio, para asegurarnos una condena a prisión no nos basta con un cargo por intento de robo porque es nuestro primer delito y podríamos despertar la simpatía del juez. Eso no nos interesa. Lo ideal sería el robo con violencia e intimidación. Con que cojamos un diamante cada uno por pequeño que sea y le hagamos un rasguño al dependiente nos encarcelan. Los holandeses son muy estrictos para estas cosas, no te discriminan por la edad.
—Espero que haya más de un dependiente porque si no lo vamos a dejar hecho un acerico.
—No seas bruto Cosmo, ha dicho rasguño no pinchazo.
—Tan literal este Pelayo, será lo que dé el pulso de cada uno, por si acaso que nadie se le acerque mucho al cuello.
—Es una joyería grande, habrá varios, no vamos a atacar en manada a uno, si tenemos que arañar a un cliente también vale.

Ataulfo daba por hecho que ninguno sería capaz de causar un estropicio, él era el más fuerte y tenía que ser el más cuidadoso, pero aquel trío con suerte abría las navajas.

—Yo os he preparado un ciclo de películas de atracos para que ensayemos frases y gestos agresivos por lo de la intimidación.
—Venancio, no nos van a entender un pijo.
—Ya te lo expliqué Ataulfo, lo importante es la actitud. Los ojos inyectados en sangre, las manos temblorosas abriendo la navaja, coger al tipo por el cuello y zarandearle y gritar mucho. Si no nos entienden pensarán que estamos más locos, eso es bueno.


El 20 de julio llegaron a Ámsterdam, el autobús les dejó en la estación central y fueron andando hasta el museo Van Gogh. La guía turística les iba contando anécdotas sobre la ciudad y mostrándoles detalles de interés. La visita al museo duró más de una hora y a la salida esperaron hasta que unas furgonetas les trajeran las bicicletas para el paseo programado. En el punto previsto de la ruta los chicos se fugaron por un callejón, no sin antes despedirse de Amador con un gesto de cabeza, él les deseó suerte simulando un ataque de tos brutal. Todo fue como lo habían planeado. Aparcaron las bicicletas a unos diez metros de la joyería y se posicionaron en el orden acordado ante la puerta.


Mathias Salinas resoplaba abanicándose con el informe psiquiátrico que le había llegado aquella misma mañana. La esperanza de que se tratara de cuatro viejos locos se había esfumado. Allí decía claramente que estaban en pleno uso de sus facultades mentales. El calor húmedo hacía que se le pegara la camisa a la piel, le costaba respirar y no podía pensar con claridad. Aquel caso insólito era una broma de mal gusto para su carrera. Según sus superiores se lo asignaron por su ascendencia española, pero él estaba convencido de que en realidad era una patata caliente diplomática. A quién le importaba que él metiera la pata, le faltaban dos años para la jubilación y era prescindible. Hasta el momento había conseguido mantener a la prensa lejos de la noticia, pero no podría retenerla mucho más, sobre todo si acababa en condena. Cuatro turistas españoles, sexagenarios además, atracando en pleno día una joyería de Ámsterdam a punta de navaja. Tenía el expediente completo sobre la mesa y no entendía nada, era una pura contradicción. Un caso de robo con violencia en la casa De Vries, una de las joyerías más importantes de la ciudad. Cuatro víctimas de agresión con lesiones leves. Un botín de unos 5 millones de euros que los acusados llevaban encima en el momento del arresto. Hasta ahí era todo normal, sin embargo, el abogado defensor había presentado una queja formal por la actitud de sus defendidos, no colaboraban con él. Se negaron a pedir fianza y rechazaron el juicio rápido, alegando que no deseaban reducción de pena. Además, desde que ingresaron en prisión preventiva, se mostraban huraños y agresivos con el personal como si quisieran evitar a toda costa algún tipo de recomendación positiva por parte de los responsables de la institución.

Había visto varias veces los vídeos de las cámaras de seguridad y la escena completa le parecía rocambolesca. Los cuatro acusados entraban gritando y enarbolando las navajas. Uno de ellos, Pelayo Lopetegui, chocaba con el Sr. Van Daal, el guardia de seguridad, infringiéndole una herida accidental en el abdomen, acto seguido se desmoronaba sobre el agredido y empezaba a vomitar. El Sr. Van Daal declaró que le estuvo sujetando durante todo el atraco porque se puso verde y temió que le diera un infarto. El segundo acusado, Venancio Bonachera, tropezaba y caía sobre la Sra. Van Mil, una clienta que estaba sentada junto a la ventana, otra herida accidental, esta vez en la mano de la víctima, como un acto reflejo se sujetaba a los pechos de la señora, ella se ponía a gritar y él la abofeteaba, la señora le devolvía el bofetón y él se sentaba a su lado, a una distancia prudencial, enseñándole la navaja. La Sra. Van Mil presentó una denuncia por agresión e intento de violación y el acusado confirmó su versión de los hechos. El tercer acusado, Ataulfo Quiñones, era el único que se comportaba como un auténtico atracador, su tamaño y su fuerza intimidaban al Sr. Rambalou, dependiente de la citada joyería, a pesar de su piel cetrina se puso blanco, el acusado le agarraba por el cuello con una mano y le empujaba la cabeza contra el mostrador. Como resultado de la agresión el Sr. Rambalou declaró que se le produjo un esguince cervical leve y sufrió un ataque de nervios. El cuarto, Cosmo Bailón, se comportaba como un caballero con la Srta. Sánchez, otra dependienta de la citada joyería, ella se mostraba muy amigable con él, le abría las vitrinas y le entregaba el género. La Srta. Sánchez declaró que se sentía intimidada, de ahí su risa nerviosa y su absoluta cooperación con los asaltantes, un rasguño apenas visible en su brazo derecho confirmaba sus palabras, según ella. Otro de los puntos confusos de la historia es que una vez que repartieron el botín permanecieron en el establecimiento, inquietos incluso, y cuando llegó la policía no se resistieron al arresto.

El juez decidió llamar a su despacho a los cuatro acusados antes de dictar sentencia y —tras una reunión de apenas media hora— les condenó a la pena máxima por el delito de robo con violencia e intento de homicidio en la persona de las víctimas, sin embargo, el cargo por intento de violación contra Venancio no se sostenía. Les cayeron veinte años sin posibilidad de revisión de condena. Para ahorrar gastos al Estado permanecerían juntos en la misma cárcel donde habían sido alojados. Dos años más tarde, el mismo día que cesó en su cargo de juez, Mathias Salinas se auto-implicó en un caso de prevaricación por animadversión hacia un acusado. Cuando se hizo pública su condena solicitó al tribunal la gracia de elegir cárcel y se reunió con los chicos del dominó. Los cinco disfrutaron de una confortable vejez, en suites individuales, a expensas del estado holandés.

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