Y ASÍ SE CUENTA LA HISTORIA: “El eterno cachorro de Mery”

Ítalo Costa Gómez








Siempre he dicho – y lo sostengo – que me encantan los perritos, los gatos, los periquitos… Las mascotas me parecen adorables para acariciar cinco minutos y darles un par de galletitas, punto. No tengo la paciencia necesaria para tener un animalito conmigo. Soy muy solitario y la mascota estaría condenada a vivir el mismo destino sin quererlo. No la voy a sacar al parque, no tengo tiempo para llevarla al veterinario y encima tengo mis momentos claros de aislamiento en los que no quiero ver a nadie y no soporto ni el sonido de un teléfono. ¡No le haría eso a un perrito! Que fea vida tendría. Lo amaría, pero habría gente que le puede dar mucho más de lo que yo estoy dispuesto a darle, por tanto, no tengo perro que me ladre. Literalmente.

Admiro mucho a la gente que sí. A esos que se mueren por sus mascotas y las hacen sus familias y las llevan en paseos por kayak y las hacen nadar. Me muero del amor. Hace muy poco fui testigo del «rompimiento» entre mi amiga Mery y su perro y me partió el corazón.

Cuenta la historia que Mery es una maravillosa amiga, un poco mayor que yo, estará en sus sesentas preciosamente puestos. Vive con su papá y su perrito. A «Paquete» lo tendrá hace diez años, no recuerdo exactamente, pero por ahí.
El papá de Mery enfermó. El señor ya no puede valerse por sí mismo (muy doloroso porque siempre fue tan pícaro y se iba al casino todo perfumado de noche. Así lo recordaré siempre) y la atención de mi amiga se fue para su padre en un cien por ciento. Me refiero a sus mañanas, sus mediodías de baño, sus citas de las tardes y sus atenciones nocturnas. 24/7.

Cuando iba a recogerla para darnos una escapada chiquita y hacernos una mascarilla y reírnos un rato ya no salía el perrito a recibirme. Estaba echadito todo el rato. El perro ya no salía, se le veía un poco descuidado. Estaba deprimido.

Una tarde me dijo que iba a dejar a «Paquete» con su hermana porque no podía darle la atención que requería, que le partía el corazón verlo triste y sin querer comer. Así se escribió esa historia. Habían dos hermosos corazones rotos.

El perrito se mudó y su estado de ánimo mejoró increíblemente. Volvió a él la energía (siendo un animalito mayor) y me cuentan que traga contento y que se vacila en el jardín y lo llevan a un «parque para perros» y la noticia me dejó muy feliz.

Me quedé orgulloso de que Mery hiciera un desprendimiento muy grande pensando en el bienestar de parte de su familia, del que será su eterno cachorro. Entiendo que hay prioridades y ahora su padre DEBE ser la suya, pero también entiendo que esos seres de amor llegan a ser familia y que hay que procurar que vivan lo más feliz que puedan.

Tengan una mascota para amarla y jugar con ella y reírse junto a ella mientras le rascan la panza, pero no para dejarlos echaditos tristes en un sillón todo el día. Seamos como Mery. Lo hiciste bien, sister.

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