Miguel Rodríguez

Vimos al monstruo a escasos metros del coche y a un lado de la carretera; inmenso, grotesco, bárbaro. Era feo sin matices. Nosotros conducíamos despacio, íbamos hablando relajadamente y pudimos esquivarlo a tiempo, lo cual nos libró de un impacto seguro a aquella hora de la noche. Imaginábamos las posibles consecuencias de tal impacto.
– ¿Y qué comen los jabalíes?
– Comen humanos.
– … ah, bueno…

Lo que cuento en este relato sucedió tal cual, palabra por palabra. Fue como estar dentro de un cuento. Me permito no contar el final.