Miguel Rubio Artiaga

Dijo que venía
de muy lejos.
Que nunca
dejaba de andar
persiguiendo
sus sueños.
Que siguiéndolos
había conocido
El Cielo
y el Infierno.
Decía siempre
que ni el demonio
era tan malo
ni dios era tan bueno.
Hablaba de montañas
que todo el año
lucían coquetas
una pamela blanca.
Dijo que habían ríos
que se cruzaban
cuando las crecidas
venían generosas
con puentes de barcas.
Que había hombres
no solo blancos
sino de varios
colores.
Perros tan altos
como caballos.
Hablaba de un mar
de agua dulce,
de desiertos
que no tenían final
tapizados
por una inmensidad
de arena blanca.
Dijo que venía,
de aguas pantanosas
y arenas movedizas.
De catedrales
tan suntuosas
que de tanto oro
y mármol blanco
casi no cabían
los altares.
Que en una misa
de domingo
acudían los nobles,
las egregias autoridades
con sus cortes
suntuosas e inacabables
a confesarse
y tomar la comunión.
Que de tantos
que eran
siempre quedaban fuera
los mas humildes y Dios.
Habló de guerras
que solo servían
para crear mas guerras.
Que había reyes
y emperadores
que a forma de partida
de cartas con trampas
jugaban a las batallas.
El que más muertos tenía
y menos prisioneros
fusilados para volver
a ser usados
la siguiente partida
era el que ganaba.
Dijo que habían peces
que daban de mamar
y pájaros muy grandes
que corrían mucho
pero no volaban.
De montes huecos
que parecían chimeneas
con sombrero de humo
y llamaradas.
De monumentos
tan colosales
que parecían
suspendidos del cielo.
Contó que el hambre
le hizo un traje
de soldado.
De como vendió
todas las armas
al enemigo
y les regaló el casco.
Cuando acabó
su jarra de vino,
se puso en pie
cogió sus bártulos
y se fue diciendo adiós.
Que gracias, por la comida.
pero como dijo,
al llegar,
venía,
de muy lejos.
Que nunca
dejaba de andar
persiguiendo
sus sueños.
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