Miguel Rubio Artiaga

Me llamaste con la mirada
y caí dentro de tus ojos.
Tan profundos como lagos
llenos de torbellinos
que no tienen fondo.
Yo, marinero valiente
eché rendido el ancla.
Me miraste con los labios
y me perdí en tu sonrisa.
Una media luna rosada,
hipnótica y desafiante
que prometía estrellas fugaces
más allá de la misma vida.
Yo, ave nocturna,
cazador cazado,
incliné el testuz
y con la mirada baja
hinqué ante tí la rodilla.
.
Tú, luna coqueta,
me apartaste con el pie
tenías la total seguridad
de haberme hecho tu esclavo
gozando con mi entrega.
En tu casa, en la misma cama
y sábanas que usaba tu marido
unas veces acariciando
otras azotando mi espalda
me sentí tuyo, no mío.
Me subiste a lo alto
me bajaste a lo más bajo
mientras tu mano de dueña
sin preguntarme nada
sonriendo a mi entrega placentera
domesticaba experta mi pene excitado.
Yo ya no era yo, dejé de serlo,
me sentía como la tierra al ser labrada.
.
La lava llamó al volcán
y el volcán a la nieve blanca
oí mis gritos como de lejos
tardando en darme cuenta
que era yo el que gritaba.
Dueña generosa,
dominante y satisfecha
cuando salí del éxtasis
y al ver tu mirada sonriente
te di las gracias silenciosas
con mis labios, sin palabras.
.
