Pablo Andrés Rial

Jueves lluvioso en la terminal de Plaza Constitución, exactamente las 18:46. Sigo esperando el tren que lleva más de diez minutos de retraso, eso hace que la gente se concentre en mayor cantidad en la plataforma.
Finalmente el tren arriba y, como de costumbre, dejo pasar a todas las personas que pelean por los asientos libres. Los observo, ajeno a sus impaciencias. Cuando todo aparenta ser más sereno, asciendo a la formación y pido permiso metiéndome entre la gente para llegar a acomodarme, de pie, frente a una ventanilla.
Deseo con ganas que las puertas cierren definitivamente.
Miro hacia todos lados, y bajo la mirada para observar a los afortunados que emprenden el viaje cómodamente sentados. Me distrae la atención un hombre al que veo sacar ansioso de su bolsillo un papel higiénico o de cocina (no se distingue bien). Tiene manos de mucho soñar, su lapicera parece desplomarse de tanto uso y abuso, la siento gritar en cada número que escribe. Él lo hace de un modo repetitivo, empieza con una fila de números, luego sigue con otras filas del mismo número, pero con menos cantidad, una debajo de la otra. Después traza una línea y repite el mismo método en nuevas filas, como con dureza y pena, como si la tinta no los marcara con fuerza y finalmente, de forma repentina, con el mejor pulso que puede imprimir su condición de pasajero, en un movimiento incómodo del viaje, hace la última línea… tan derecha como el horizonte que se ve sentado desde una silla bajo el alero de una casa a campo abierto. Yo solo lo observo. Lo primero que deduzco es que hará una sumatoria de todas las filas para arribar a un resultado que solo él sabe para qué es, y que por cierto, me es cada vez más intrigante… pero no, nada de eso sucede. Los combina con astucia, los intercala: dos/cinco, dos/cinco, y así consecuentemente. El hombre termina intensificando mi curiosidad cuando guarda el papel en el bolsillo y queda pensante, como suspendido de una idea. Sin poder dejar de mirarlo, espero sus siguientes movimientos. Quiero llegar rápido a la estación de destino para bajar y olvidarme de ello, pero es imposible. No me puedo contener.
Tomo mi cuaderno del bolso y tímidamente, escribo en él para que nadie pueda escuchar mi voz: “¿Qué significa? ¿Azar?”
Le enseño lo que acabo de escribir, esperando una respuesta pronta para saciar la obsesión que ha despertado su actitud, pero tengo la desafortunada suerte de que el señor no puede leer.
Levanta sus pequeños ojos.
— Soy corto de vista —dice —y no llevo conmigo los lentes. Entonces ya en medio de tantas cruzadas, determino preguntarle, teniendo en cuenta que, ahora, él también debe tener curiosidad de saber sobre aquello que le escribí. Pienso rápidamente, pero devienen la vergüenza y el miedo en pareja, con sus contundentes características similares, esas que siempre frenan e inhiben. Tomo coraje, y frente a la gente que está pegada literalmente a mis codos, agacho los hombros y me acerco más a él. Le comento que había visto sus filas de números, luego la aparente sumatoria que parecía ser una combinación entre ellos. Mientras mi explicación avanza, mi pensamiento también lo hace esperando que él me interrumpa con una respuesta alocada, como si frente a mí tuviera a un perturbado científico o a un matemático frustrado, queriendo hacer nuevas fórmulas. Una persona avocada a las ciencias exactas.
— Son los números para la quiniela…—dice sin vueltas. Y me sonríe.
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Pablo Andrés Rial nacido en la Capital Federal el 24 de Junio de 1984, de familia clase media baja, oriundo de la ciudad de Longchamps, se ha iniciado en la escritura desde pequeño, a los doce años ya escribía los primeros poemas, las primeras grandes influencias han sido obras de Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Rilke, Bécquer, para luego, años después, sumergirse en escritores como Gabriel García Marquez, Charles Bukowski, Adolfo Bioy Casares, entre otros. Aficionado de Julio Cortázar, Oliverio Girondo y Jean Cocteau por sus estilos, a los que considera relevantes y de gran influencia.
Ha participado en diarios locales, coordinado espacios literarios y obtuvo menciones en varios concursos de poesía. En conmemoración al Centenario de su ciudad, declarado de interés cultural por el Gobierno Argentino Municipal del partido de Almirante Brown, formó parte de la Antología «De buena lluvia». Y posteriormente junto a otros escritores realizó una antología poética llamada «Instrucciones para morder una nube». Actualmente, ha sido partícipe de dos Antologías, uno de ellas en poesía, llamada «¿Por qué poesía?» y Antología de cuento corto titulada «Caleidoscopio» a través de la convocatoria de ROI (Recepción de obras inéditas) de la Editorial Dunken.
