Gin & Fanzine: Jorge Carrión marca las pautas

Santiago García Tirado
El último en entrar es el silencio, y no logra acomodarse. Jorge Carrión va a tomar la palabra. La gente bebe gin tónic y habla, hay ganas de hablar. Las palabras y los gins se alían certeramente para embriagarlo todo en esa reunión de practicantes del exceso, de adictos a los libros, al alcohol y a las concentraciones humanas. El silencio no es perfecto, pero sirve. Carrión está dando un repaso a sus primeros años, sus escarceos con las letras, el sexo, la transgresión. La insolencia de los años adolescentes, preñada de posibilidades. Muchos en el público son amigos de toda la vida, pueden dar fe de cuanto va narrando. Alguno podría incluso añadir detalles, pero se limitan a sonreír. 
Media hora antes no hay nadie en Dekap, la sombrerería que regenta Edu Pous, donde se va a realizar el encuentro. Hace un calor fiero y la realidad nos ha contraprogramado un Grecia-Alemania con connotaciones. No hay nadie. Pero la incertidumbre se disipa minuto a minuto. La gente comienza a llegar y se acumula en la calle. Cruzan chinos, pakis, colombianos, jerezanos, argentinos. Está bien todo así. La fama del Raval se sostiene en su punto cool. A veces hay que apartarse para que pueda pasar un camión de fruta, una moto, pero enseguida vuelve la fiera humana a desparramarse, a cubrir cada hueco disponible. 
Entro en Dekap. Huele a huerta. Y a gin. Una cámara está posicionándose y persigue detalles que luego, en el montaje final, alternarán protagonismo con Jorge. Tomo un libro del velador, y me encuentro con esto:
Lo ven bien, un libro enmascarado. Un corazón de tinta, gotas salpicadas, en blanco y negro. Sin título. Sin señas de identidad. En la solapa interior leo: «ENE. Edición 10º aniversario». Bajo la máscara descubro la portada original. ENE fue el primer libro editado por Jorge Carrión. Es una obra de arranque lírico que se obsesiona por auscultar a un hombre joven en plena fase de apertura al gran mundo. Ene es la chica. El enamorado es otra consonante más, Jota. Comienzo a pasar páginas y veo que el libro ya no es un libro. No un libro convencional. Está lleno de tropezones. Mutilaciones. Graffiti. Aquí hay un clip que cierra un grupo de páginas. Un sobre. Un mapa. Una página de Rayuela (la original) pegada a una página de ENE. Tachones y más graffiti. Me gusta. Se trata de una intervención exploratoria, una performance literaria sobre un texto del pasado con el que el  autor podría disentir pero ha decidido conversar. Es un juego inquietante y seduce. Mi libro es el número 80. Hay 119 más, pero el mío es único. Me siento observado, creo que la gente me mira porque tengo un número redondo. Levanto la vista y veo que esa sensación proviene de la cámara que está grabando. Me enfoca. De detrás de la cámara sale una mano y se me aproxima. La cámara dice hola. Insiste: ¿qué tal? El ojo por fin escapa de la cámara y veo que es Mario Hinojos. Mario es amigo de Jorge, y colaborador. Siempre sonríe. Veo que allí también hay otros amigos y colaboradores de Jorge que lo abrazan, que lo llevan en volandas con la sonrisa puesta. Uno de ellos es Sergi de Diego, el que sirve los gintónics. ¿Un gintónic? Of course. De eso se trataba en un gin & fanzine, y tengo mi vale en la mano. El vaso incluye, amén del hielo, la ginebra y la tónica, una rodaja de pepino. El toque verde aporta un elemento estético justificado, y al probar el cóctel descubro que su aroma multiplica el efecto del gintónic básico. Luego Jorge dará un repaso a la historia de este combinado durante su alocución. Jorge tiene un cerebro irreprimible, como los pies y las manos de un niño. Todo lo toca y todo lo desmonta. Es incansable. Según él, el gintónic tiene una explicación histórica: se trata de un cóctel proletario con el que los ingleses de clases desfavorecidas combatían el escorbuto. Y lo pasaban en grande, añado, pero me reprimo de decirlo.
 
(continuará…)

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