por Carmen Matutes
Me aproximo a la curvas, esperanzada y, sin embargo, sabiendo que a lo mejor encontraré lo peor. Justo al final del último tramo serpenteante, aún rodeada de árboles, me asomo a la autopista: las hileras ordenadas, como columnas de insectos pacientes caminando a su ritmo, yacen ahí abajo, apenas progresan; en cada automóvil un hombre o una mujer, en cada persona un mundo aguardando en ese infierno sin llamas, quieto, rebosante de irritación contenida tras las ventanillas cerradas. El colectivo entero mendiga la entrada a las puertas de la ciudad; todos anhelan dejar la prisión y el aire privado que respiran siguiendo el mismo compás, un aire más frío que fresco, incluso viciado. Así ocurrió anteayer, así ocurrió ayer; así ha ocurrido hoy y posiblemente así ocurra mañana y pasado mañana. Lo curioso es que confiaba en encontrar algo mejor.
