por Carmen Matutes
Me gustan algunas narraciones antiguas, me refiero a aquellas con un principio al que sigue un desarrollo que a su vez desemboca en un final; me gustan independientemente del punto en que empiezan, puede ser cualquiera entre alfa y omega. La lectura desde el comienzo hasta el THE END de una buena novela antigua suele provocar emociones, positivas o negativas, que el lector no anticipa desde la primera página. La perplejidad es, más que norma, excepción, ya que apenas tiene cabida en una narrativa que pretende –o quizá sólo consigue- dejar al lector satisfecho, tal vez regodeándose en su tristeza como un niño que no se desprende del palo de su chupa-chup. Lo logra construyendo una historia -sí, hay una historia en las narraciones antiguas-; la historia llega a su fin, el lector lo sabe y no puede recriminar al autor haber dado con él: no porque el autor haya muerto, porque no hay otro posible final. Sí, los tiempos pasados tuvieron su encanto, pero todo se acaba. Bueno, ya no.
Novela: Texto arcaico en prosa de más de 50.000 palabras que, basándose en una estructura que cimentaba la obra, intentaba crear una ilusión de vida y a veces lo conseguía.
Novelista: 1. Ingeniero/a técnico que coordina la demolición de obras, especialmente el encargado de las etapas finales de la demolición, y de los cimientos en particular. 2. Personal de laboratorio especializado en enterrar los desperdicios de vida sobrantes. 3. Escritor/a de novelas (uso arcaico).
