Hugo Dodero

The Cripples 1949 L.S. Lowry
Dicen que a los amputados les sigue doliendo la parte del cuerpo que les falta.
Nunca creí que eso pudiera ser posible, pero ahora estoy en condiciones de poner a prueba personalmente esa afirmación.
Hoy desperté y, tal como estaba previsto, soy uno de esos tantos amputados que circulan por el mundo. Debo confesar que, aunque fuera algo previsto y hasta deseado en momentos en los que el sufrimiento se hacía insoportable, no estaba preparado para despertarme sabiendo que una parte mía ya no está.
Es cierto que la falta de mi parte amputada no me va a impedir vivir. Sé que se puede vivir perfectamente sin ella. Me corrijo: se puede sobrevivir. No me atrevo en estos momentos a decir que el tiempo que me quede pueda ser llamado “vida” con el mismo sentido que tenía previamente y menos aún que sea “perfectamente”. Además, el paso del tiempo lleva al continuo deterioro del cuerpo, con lo que es esperable que sucedan nuevas amputaciones. Creo oportuno hacer una observación que me dictan tanto los médicos como mi propia experiencia. Si la amputación proviene de un accidente, es menos probable que se produzcan nuevas amputaciones en un futuro cercano. En cambio, si la amputación es consecuencia de la edad, suelen sucederse otras y hasta pueden ser cada vez más frecuentes. La de hoy corresponde, sin lugar a duda, a esta segunda especie, lo que complica aún más mi panorama. Ésta fue bastante grave, quizás las siguientes sean menores, dependiendo, claro está, de mi capacidad de sobrevivir a estos tiempos. Hay una correlación matemática directa entre la prolongación de la vida y la posibilidad de sufrir enfermedades y amputaciones.
Hoy vino gente a verme. Todos me preguntan cómo me siento. Yo también lo he hecho en su momento, acompañando a otros amputados, pero recién ahora advierto lo ridículo de la pregunta. ¿Cómo esperan que me sienta? A veces creo que esperan que yo los tranquilice, que les diga “bien” aunque sea mentira. Ese “bien” que se escapa como un acto reflejo sin pensar…y sin sentir, que el que pregunta interpreta como “ya va a pasar, no te preocupes”. Quizás sea la manera en la que aprendemos a convivir con el dolor. Negarlo, hasta que en algún momento aparezca un reemplazo, una prótesis, algo que ocupe la función de la parte amputada. Que al menos me ayude a recuperar cierto equilibrio y simetría. Que no va a ser lo mismo, pero quizás sirva para no extrañar tanto.
Con algún esfuerzo me levanté, y sin desayunar salí de casa y subí a mi nuevo auto. Seguí el consejo de mis amigos y unos días antes de la amputación, conseguí uno con cambios automáticos, para facilitarme las cosas. No me resultó sencillo entrar, el cuerpo se resistía y mis movimientos eran lentos y torpes. Aún con el motor detenido, me aferré al volante. Suspiré y giré la llave de contacto. Quité el freno de mano, lo que por suerte se logra presionando un botón, presiono el pedal de freno y coloco la palanca en “D”. Sin dificultad el auto empieza a moverse, aunque yo no pise el acelerador. En un rato llegaré al funeral de Luis.
La vida acaba de llevarse una parte mía. Me gustaría decir que lo hizo con precisión quirúrgica, sin dejar rastros, pero no fue así. Dejó, y hoy siento que deliberadamente, colgajos en forma de recuerdos y tristeza. Esas heridas las llevo conmigo para siempre, aunque por momentos sonría y parezca ser feliz. Aunque esa parte mía que me fue robada siga doliendo en su ausencia. Fingiré estar entero, como cualquier amputado que anda por las calles.
