Estefanía Farias Martínez

Katze und vogel (1928)-Paul Klee
Cuando sonó la campana de la siesta, enfilaron el pasillo camino de las habitaciones. Ataulfo se giró al llegar a la suya e hizo que se acercaran a él los chicos del dominó:
—En diez minutos os quiero a todos en el gimnasio. Tenemos una reunión. Hay que aprovechar la hora oficial de la siesta, podemos escurrirnos sin que nos detecte la monja vigía. Atahualpa, tú también puedes venir si quieres, aunque sólo te ocupes de la inteligencia.
Amador no estaba interesado en abandonar la residencia, pero por solidaridad con sus amigos se había ofrecido a manipular a las féminas. El objetivo a lograr: cambiar el destino del viaje que hacían todos los veranos. Aunque Amador había insistido mucho en la necesidad de que Ataulfo fuera complaciente, hasta cierto punto, con la señora Mercedes, porque eso facilitaría su trabajo. Aún estaban discutiendo el tema, Ataulfo se resistía.
—¿Tú crees que cabemos todos? Somos cinco.
Pelayo no era asiduo del gimnasio porque le producía claustrofobia.
—Uno se sube a la cinta andadora, otro a la bicicleta estática, dos se sientan en el banco de pesas y el último de canto.
Ataulfo no había encontrado otro lugar más discreto para discutir su plan.
—Esa mierda de banco de pesas, ¿por qué sigue ahí? —refunfuñó Amador.
—Querrán amortizarlo a base de infartos. No descartes que sea un plan maligno de la Iglesia y el Estado para matar viejos y ahorrarse las pensiones.
El sarcasmo de Cosmo siempre encontraba respuesta en Amador, para él todo eran conspiraciones desde las altas esferas.
—Tiene sentido —afirmó Amador, completamente convencido de la teoría de Cosmo—. A mí me dio un susto de muerte. Se me pusieron los huevos de corbata.
—Es que sólo se te ocurre a ti probarlo y a escondidas además. Cómo gritabas. Todo el mundo a correr y tú ahí tirado con la pesa de diez kilos aplastándote el brazo porque se te había descontrolado y Salud levantándola con una mano. Qué vergüenza. Aunque luego, cuando te puso el hombro en su sitio fue todavía peor. Esa mujerona tan excitante que parecía que te iba a arrancar el brazo mientras te clavaba la rodilla en el costado, tú con los ojos en blanco por el dolor, primero desgañitándote y luego vas y te desmayas. Qué ternura la de Salud, dos bofetadas y ya estabas listo. Menos mal que las chicas se quedaron en el pasillo, si llegan a ver la escena el casto José para los restos.
Cosmo se reía y le daba palmaditas en la espalda.
—Un día te voy a partir los dientes —le espetó furioso Amador, levantando el puño.
—Toma, los cubre el seguro.
Cosmo se había quitado la dentadura y se la puso en la mano.
—Qué asco.
Amador notaba la saliva fresca escurriéndose entre sus dedos.
—Qué cruz —se lamentó Ataulfo en voz alta, agotado de escucharles—. Voy a buscar a Venancio y os quiero allí a las 4 en punto. Si se nos pasa la hora de la siesta, tendremos que esperar hasta la noche, y la que hace el relevo es más pejiguera y tiene oído de perro.
—Vamos enseguida. Atahualpa, ¿me devuelves los dientes?
Cosmo, desdentado, extendía la mano sin dejar de sonreír.
Desde el accidente de Amador en el banco de pesas los residentes tenían prohibido usarlo si no iban acompañados. Sin embargo, nadie consideró prudente darle otra utilidad que la de sala de espera para la cinta andadora y la bicicleta estática. Aún así algunos, ansiosos por emular la musculatura de Ataulfo, solicitaron un par de juegos de mancuernas como complemento en el gimnasio; sin embargo, tras tratar varios casos de bursitis leve, Salud los hizo desaparecer. Se rumoreaba que se los llevó a su casa, aunque las monjas eran reacias a esa versión de los hechos. Consideraban probado que la mujer de la limpieza se había apropiado de ellos para revenderlos en algún gimnasio cercano, compensando así el adeudo en el pago de las horas extra que el obispado se negaba a asumir.
—Pelayo, cierra la puerta, que estoy viendo la rendija. Esto exige mucha confidencialidad, ¿o quieres que las monjas nos aborten el plan?
—Ataulfo, yo aquí me mareo, me falta el aire.
—Abre la ventana y ya está.
—No, hace mucha rasca ahí fuera. Nos vamos a congelar, enseguida se me estropea el estómago, soy muy friolero, que no se te olvide que soy canario, no estoy acostumbrado a esto.
—Atahualpa, no me seas maricón.
—Hablo completamente en serio, se me va a indigestar la comida. ¿Quieres que te vomite el pollo? O peor y no hace falta que te lo explique.
—Pelayo, entonces ábrela sólo un poco y sacas la cabeza para tomar aire.
—Me parece bien, me cambio de sitio y así no me enfrío. Bájate de la bicicleta Venancio, te toca el banco de pesas.
—¿Ya podemos empezar? Sólo tenemos 40 minutos.
—Sí, sí, empieza.
—Lo primero es que ya tenemos planeado el viaje que queremos que las monjas compren. Cosmo, ahí donde lo veis, tiene cerebro, aunque no lo parezca, la idea es suya. Hubo que desarrollarla con la ayuda de Martirio, una sobrina de Venancio, le hemos prometido un recuerdo del viaje, la chica es un poco… Cuando os diga cuál es el recuerdo lo entenderéis, pero de la entrega se tiene que encargar Atahualpa. Ella quiere un botecito lleno de tierra de la tumba de Jim Morrison que está en la división seis del cementerio Pere-Lachaise, hasta nos ha dado la dirección y nos ha hecho un plano de cómo se llega.
—De mí te olvidas. ¡Un bote de tierra de muerto! ¡¿Estás loco?!
—Pues te pones una ristra de ajos al cuello pero lo traes. No sabes lo que ha trabajado esa niña, es rara pero eficiente.
—¿Vamos a ir a París? ¿No íbamos a Holanda?
—También.
—Eso suena caro. Yo sólo propuse ir a ver una exposición de Van Gogh.
—Sí, pero ella descubrió que había una retrospectiva de Rembrandt en el Louvre la misma semana. Como Ámsterdam ida y vuelta no era rentable, ha preparado un itinerario muy interesante. Primero la exposición de Rembrandt en París, luego el Centro de encaje de Brujas que lo llevan unas monjas y hacen demostraciones, eso es para las chicas y las monjas, la última parada es Ámsterdam, la exposición de la obra completa de Van Gogh en su museo.
—Eso me parece caro para que las monjas digan que sí.
—Qué va. Martirio ha encontrado ofertas para la tercera edad que, combinadas con los descuentos para grupos, sale muy barato. Además ella trabaja en una agencia de viajes y lo prepararía todo: se encargaría de la compañía de autobuses para contratar el transporte, nos conseguiría las entradas a los museos, incluso nos reservaría los hoteles. Haríamos noche en París, Ámsterdam y Burdeos a la vuelta, para que no sea un palizón. El viaje tiene mucho caché y como es cultural nos dan una subvención especial. Ya se lo ha comentado Venancio a su mujer y a Rosauro y lo apoyarían encantados y las hermanas también.
—¿Las morsas?
—Sí, ésas. Han sido maestras de primaria toda la vida y no han salido nunca de España. Además, nos sale más económico que el viaje a la Costa Brava de todos los años. Y lo de ver mundo antes de morirse convence a mucha gente. Atahualpa ya sabes lo que tienes que hacer, échale imaginación.
—De acuerdo. Lo de la noche en París tiene gancho.
—Otro tema que quería comentaros es lo de usar recortadas, eso no es viable. Lo siento Venancio, sé que te hacía ilusión. Estuve charlando con Eladio, el guardia de seguridad, a propósito de un incidente que hubo en un supermercado en Valencia, el tema se centró en lo fácil que era conseguir armas de todo tipo. Él me comentó que se podían comprar online, sólo necesitabas una identificación y un permiso de armas, pero eso se puede sacar, es sólo papeleo. Nuestro verdadero problema es la Madre Patro. Ella registra todos los paquetes que nos llegan por si nos mandan alcohol o tabaco, o cualquier cosa que nos tengan prohibido comer. Requisa lo que considera sospechoso, es una fanática de las películas de cárceles. Si ella encuentra cuatro recortadas en un paquete dirigido a cualquiera de nosotros, la directora nos desvía al psiquiátrico ipso facto. Así que tendrá que ser un atraco con armas blancas, nadie desconfía de una navaja para el queso, las de afeitar no valen, no impresionan igual. Ahora tenemos que averiguar cómo conseguirlas, online descartado por lo mismo.
—Yo tengo un sobrino que trabaja en una ferretería y es muy majo, me tiene mucho cariño. Nos hará un precio especial. Viene a verme los sábados. Luego le llamo.
La recua de primos y sobrinos de Venancio estaba resultando un verdadero filón para el proyecto.
(Continuará…)
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