Loretta

Otra vez. La insípida rutina. El llegar cansado del trabajo, abrir como autómata la puerta del antiguo edificio, subir los cuarenta y tres escalones, detenerse un instante en el descanso y luego ascender unos diez más, hasta al departamento nueve. Allí sólo lo esperan sus muebles, unas pocas pertenencias; casi nada. Este brevísimo espacio es lo único que posee. Enciende su televisor, la computadora, un cigarrillo y por último prepara el café de siempre, que sabe a jugo de paraguas.
Luce cansado, aburrido, indiferente. La repetición de sus actos es como un carrusel, pero sin sortija que premie sus rodeos. El ceño fruncido, que lleva pegado hasta cuando duerme, lo muestra huraño; mas cuando sonríe lo ilumina todo.
Algunas veces me mira fijo, queda contemplándome por largo rato. De pronto el brillo de sus ojos cambia, los cierra, y me da la espalda. Cada noche, cuando las luces se apagan, sé que piensa en mí. Pero su boca no emite palabra. Nunca dirá que me echa de menos. Su dolor jamás le permitirá expresar cuánto aún me ama.
Y yo, lo sigo amando. Desde mi marco de madera lustrada de dieciocho por trece centímetros, sobre el mueble pequeño junto a su cama. Inmóvil, sin dimensiones, sintiendo su universo, en una total y absoluta condena, viendo cómo a él también se lo lleva el tiempo.

Precioso y original!! Un saludo.