Sirene

Teresa Galeote

Niñas sirenaSirene solía jugar con los peces del lago de su ciudad natal. Se pasaba horas y horas dando palmadas  en el agua para atraer su atención, o echándoles miguitas  de pan. Después de haberles frecuentado durante meses, en su alma comenzaron  a anidar deseos acuáticos. Quería moverse tan rápida como ellos y jugar al escondite entre las imaginadas grutas del fondo. Si cerraba los ojos, se veía nadando entre las rocas y perdiéndose por los laberintos de la danzarina vegetación.

Un día, asomó la cabeza un pececito rojo que miró a la niña descaradamente. A Sirene le pareció que sonreía y se echó al agua sin tener en cuenta que no sabía nadar. Como imantada por aquellos ojos saltones, le siguió hasta el fondo del lago.

Como siempre, el barquero la miraba embelesado cuando Sirene se sumergió en el agua. El hombre se olvidó de su vejez y remó con el ímpetu de otros tiempos. Llegó al lugar donde se había zambullido y se deslizó entre las aguas para buscar el cuerpo de la niña. La encontró en un lecho de espuma mientras los peces aleteaban a su alrededor. Estaba enroscada y parecía dormitar. La tomó ente sus brazos y la elevó a la superficie con la rapidez del rayo.

La pequeña miró al barquero y a un pececillo que se había quedado atrapado entre los pliegues de su falda; era un pez azul y rojo que quiso viajar con la niña. Todavía estaba con vida, pero ya comenzaba a dar los últimos coletazos. “Ni tú puedes vivir en el agua ni él en la tierra”, exclamó el barquero mientras posaba un beso sobre la frente de Sirene. Las piernas de la niña comenzaron a moverse de forma singular y dieron un golpe al barquero. Éste, instintivamente se fijó en los miembros inferiores de la pequeña y observó que iban cambiando de forma. Cuando el hombre quiso darse cuenta, Sirene había saltado al agua. Fue todo tan rápido que no pudo ver más que la cola de un pez que emergía de cuando en cuando. Siguió mirando. Al poco,  vio a una sirena que, desde la lejanía, le saludaba con la mano. Anonadado, movió enérgicamente la cabeza. “Seré tonto”, murmuró.

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