Lucía del Mar Pérez
ALEMANIA O EL ANILLO DEL NIBELUNGO
Alemania está de moda. El país germano es el protagonista. ¿O debería decir el antagonista? ¡Oh, terribles teutones! Al son de la Cabalgata de las Valquirias wagnerianas, los deleznables enanos oscuros del inframundo arrebatan sus riquezas a España y a Europa. Mientras tanto su reina, la terrible Nibelunga, esconde sus tesoros robados en el fondo del Rin y acaricia su anillo mágico. A pesar del sentir general, me declaro germanófila. Admiro ese país cuyos orígenes se remontan a los antiguos alamanes, sajones y turingios, pueblos bárbaros que comenzaron a presionar en las fronteras del Imperio Romano desde el siglo II. Ya apuntaban maneras.
Un Imperio “Sagrado”
En el año 843, Luis el Piadoso, hijo de Carlomagno, en el Tratado de Verdún, dividió el Imperio Carolingio entre sus hijos: a Lotario le correspondió Aquisgrán y Burgundia; a Carlos el Calvo, la actual Francia; y a Luis el Germánico, el territorio de la Alemania de hoy. En los dominios del Germánico, se forjaría el longevo Sacro Imperio Romano Germánico cuya vida se extendió desde 962 hasta1806. Un vasto imperio que se ampliaría progresivamente. En el Norte, ciudades como Hamburgo o Lübeck, pertenecientes de la liga Hanseática, se convirtieron en baluartes del comercio medieval. Aquellos bárbaros que un día hostigaron a un decadente Imperio Romano, desde 1155 ostentaron el título de Sacros, gracias a la iniciativa del Federico I Barbarroja.
El Reformador
En el siglo XV el imperio cayó en manos de la dinastía de los Habsburgo. Éstos tuvieron que enfrentarse a graves problemas, aunque ninguno tan grave como la expansión del luteranismo. Un ex monje agustino a quien un día alcanzó el rayo de la nueva fe, puso en jaque a Carlos V: Lutero era un hombre de fuerte personalidad, convencido de la autenticidad de sus creencias y difícil de doblegar. Una figura poderosa, un líder.
Una mano de hierro
Y es que en el país germano abundan los líderes. El canciller Otto von Bismarck fue el artífice de la unificación alemana en el siglo XIX. Los vientos del nacionalismo arreciaban en Alemania, como respuesta a la invasión napoleónica de 1806. Bajo la dirección de Prusia, (estado mítico símbolo del militarismo severo y la disciplina) la multitud de estados que componían el Sacro Imperio, consiguieron unirse y formar una gran nación.
Tras el enfrentamiento de Prusia con Austria, su estado rival, en 1866 en la Guerra de las Siete Semanas, se completó la primera fase de la unificación. Había triunfado el proyecto de la Pequeña Alemania, que excluía a Austria. La unificación se completó tras la Guerra Franco- Prusiana, en la que los alemanes derrotaron a los franceses en Sedán, haciendo prisionero al emperador Napoleón III, y arrebatándole los ansiados territorios fronterizos de Alsacia y Lorena, ricos en minería de carbón y de hierro. En 1871 todos los Estados alemanes se unieron formando el Imperio Alemán o Segundo Reich, bajo el cetro del rey de Prusia, el káiser Guillermo I, que fue coronado emperador en el Salón de los Espejos del palacio de Versalles.
Alemania intentó regir los destinos de Europa. La habilidad diplomática de Bismarck se tradujo en la creación de lo que los historiadores denominaron Sistemas Bismarckianos: Sistema de alianzas internacionales que Otto von Bismarck patrocinó después de la Guerra Franco-prusiana para aislar a Francia y evitar así su hipotética venganza tras la derrota de 1871. Su duración de casi dos décadas evitó el conflicto directo entre las grandes potencias europeas hasta la I Guerra Mundial.
Guillermo “El imperialista”
El nuevo Káiser Guillermo II prescindió de la habilidad diplomática de Bismarck y llevó a cabo una política ofensiva generando numerosas fricciones tanto en Europa como en el ámbito colonial, lo que derivaría en el estallido de la Primera Guerra Mundial. Se fue creando un clima de “paz armada” y la formación de dos bloques antagónicos irreconciliables: la Triple Alianza, formada por Austria-Hungría, Alemania e Italia, y la Triple Entente, formada por Gran Bretaña, Rusia y Francia. En Francia el deseo de revanchismo era tangible: necesitaban recuperar Alsacia y Lorena, los territorios amputados tras la Guerra Franco- Prusiana. Tras la crisis en los Balcanes y el asesinato del archiduque de Austria Francisco Fernando en 1914 el conflicto se desató.
El Gran Dictador
A pesar de que las consecuencias fueron pésimas para todos los contendientes, Alemania fue la gran perjudicada en pérdidas humanas y económicas. Sufrió una gran humillación en el Tratado de Versalles. Siendo declarada única responsable de conflicto, entregó Alsacia y Lorena a Francia, Posnania a Polonia, y sus colonias fueron repartidas entre los países vencedores. Además, tuvo que hacer frente al pago de fuertes indemnizaciones de guerra teniendo que entregar sus minas de carbón del Sarre a Francia. Fue incautada su flota mercante y se abolió el servicio militar. Un verdadero desastre del que de nuevo resurgió. Esta vez, de la mano de un nuevo caudillo amado y odiado, que consiguió manipular a las masas hundidas por la miseria de su cotidianidad posbélica y por la crisis económica de los años treinta. El periodo de entreguerras favoreció el ascenso de los fascismos en un clima de heridas abiertas que no tardaron en sangrar de nuevo.
En 1933 Hitler llega al poder: III Reich. Supuso el fin de la breve República de Weimar, establecida tras el fin de la Primera Guerra Mundial. Fue un Estado Totalitario caracterizado por un fuerte intervencionismo basado en una política de rearme. Hitler pretendía conseguir la autarquía económica, es decir, la supervivencia de Alemania evitando las exportaciones y fomentando el mercado interior. Las Camisas Pardas de los Nazis sembraron el terror, el Führer eliminó las libertades y mientras se entretuvo aniquilando judíos y buscando una hipotética pureza racial. El legado de Hitler: el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de Europa y el Holocausto.
Otro ladrillo en el Muro
¿Y Alemania? Dividida. En un mundo bipolar, reflejo de la Guerra Fría, los germanos quedaron divididos en República Democrática Alemana, bajo el Telón de Acero, en la órbita soviética y la República Federal Alemana, occidental, bajo la influencia de Estados Unidos. En 1961 el ejército y la policía de la RDA levantaron un muro para cerrar el acceso de los ciudadanos de Berlín Este a Berlín Oeste. Durante más de treinta años, el muro simbolizó la existencia de dos bloques, de dos realidades, que perduraría hasta 1989.
De nuevo otra fuerte personalidad alemana, Helmut Kohl fue el artífice de la reunificación alemán: “La unidad alemana y la unidad europea son dos caras de la misma moneda”.
Alemania o Ave Fénix, ese país que envidiamos o admiramos a regañadientes. La arquetípica tenacidad germánica que le hace resurgir de sus cenizas. ¿Dónde está nuestro tesón, nuestra disciplina? ¿Dónde están nuestros líderes? Sin ánimo de ensalzar figuras como la de Hitler, La única verdad palpable es la escasez de jefes políticos en nuestro país, donde abundan gobernantes sin fuste encumbrados por una sociedad acomodada en la queja fácil, que critica al prójimo en lugar de entonar el mea culpa. Es muy sencilla la búsqueda de un enemigo exterior (llámese Merkel) mientras se introduce la propia escoria bajo la alfombra de la pasividad.
