Julio Fernández Peláez
Todo estaba tan a derechas, que aprendíamos a ritmo de porras y la policía nos pegaba con libros cuando salíamos a la calle a cortar el tráfico deliberadamente, sin dar aviso a los automovilistas y sin mandarle antes una cordial felicitación a los responsables del decoro ciudadano, título, por cierto, de la nueva asignatura que vino a sustituir a la de Biología.
Todo estaba tan a derechas, que después de partirnos los labios y sangrar por las narices a chorros cuando un poli de la cultura nos atizaba con enciclopedias de ética deportiva, nos poníamos a cantar letanías absurdas y llorábamos de alegría porque veíamos el futuro plagado de Esperanza, palabra, por cierto, que daba nombre al nuevo ministerio que vino a sustituir al de Trabajo.
Todo estaba tan a derechas, que se recuperaron los tiempos perdidos anteriores incluso a la transición del olvido y cantábamos al sol al llegar al centro escolar como agradecimiento por la vitamina E que recibíamos gratis, gracias a la intersección de los créditos que a nuestro pueblo se le concedía para que los bancos pudieran seguir invirtiendo en derechos para la infancia en países lejanos, expresión, por cierto, que vino a sustituir a la anticuada libertad de expresión.
Todo estaba tan a derechas, que la poesía se escribía en ladrillos y los ladrillos servían para construir muros y evitar así que científicos insolidarios escaparan de los centros de investigación de primaria que las monjitas habían comprado para que este país no cayera en el ignorante desprecio por la vida, después de pasar buena parte del tiempo apoyando nuestras juveniles e inmaduras ideas, paradoja, por cierto, que vino a sustituir a los tradicionales centros de retención para inmigrantes.
Todo estaba tan a derechas, que la caligrafía nos embellecía como personas y la tinta de las estilográficas salpicaba los telediarios con galas cinematográficas bañadas en clamor contra los chats de descargas gratuitas que de manera tan perniciosa nos perforaban la retina impidiéndonos contemplar la auténtica ficción del mundo, antes de que pueblos elegidos bombardearan centrales nucleares enemigas y acabaran por dinamitar el clima de una vez por todas, buenaventura, por cierto, que vino a sustituir al ancestral miedo a morir ahogados en la mierda.
Todo estaba tan a derechas, que nos emborrachábamos todos los días para no caer de cabeza contra el asfalto y meábamos para arriba para que nos llovieran excelentes hostias y gritábamos la palabra amor para que nos sodomizara toda esa pandilla de pusilánimes generales de la cordura, razón, por otra parte, más que suficiente para seguir respirando y punto.
