En mi próxima vida quiero ser negro

(Dedicada a Salvador Fleján por la inspiración y a Ivanhoe y Tiempo Argentino por el interés)

CRÓNICA DEL HAY FESTIVAL
El recién terminado Hay Festival Cartagena ha inoculado en mí dos fantasías aspiracionales de las que será difícil librarme en un futuro inmediato. Una de ellas tiene que ver con mi lado hedonista: ser propietario, o mejor usufructuario, de una casa en la Calle Real del Cabrero, justo al lado de la iglesia del Cabrero. La otra fantasía es más factible: en mi nueva vida quiero ser negro.
Esta última certeza la tuve clara la primera noche que pasé en Cartagena. Fue en el Bazurto Social Club, escuchando a los bazurto all-stars, dándome cuenta de que para tocar buena música no es necesario vestirse con turbantes new-age ni soltar mensajes de todo-a-cien entre canción y canción (sí, va por ti, Carlinhos Brown). Ser negro me permitirá sacar a bailar a las chicas que trabajan en el festival, salir en la portada del periódico encaramado a la muralla oteando el horizonte y proclamar cosas como que “un escritor debe ser ante todo una persona que escucha. Los gritos, el llanto, pero también la risa. Uno debe escuchar el alma de su tiempo” (Ben Okri dixit).
En mi nueva vida, además de ser negro, voy a ser siempre puntual, minaré las dudas que hay acerca de mi seriedad. Sí, como Nacho Vegas. Confío en que esa actitud hará que no tenga problemas para acreditarme y no me vea obligado a mendigar escarapelas entre los colegas periodistas. Todo eso será en mi nueva vida pero ahora no. En esta vida un día trabajo para Terra, otro para el grupo Prisa y el resto para Barrio Sésamo. No pasa nada, la liga está ganada. Es fácil hacerse querer en un festival literario, basta con regalar cocaína a los editores locales, prestar el celular a las críticas literarias italianas y participar de una cata de mezcal con unas mexicanas que, aunque te llamen a medianoche, a la hora de la verdad, prefieren la compañía de la raza superior.
En mi nueva vida no habrá drogas ni alcohol, dedicaré las tardes a disfrutar de las puestas de sol, como las de Cartagena, mucho más inspiradoras que las peroratas de algunos de los escritores invitados a esta feria de las vanidades tropical. Un encuentro del que la mayoría de espectadores son un parche de señoras. Un ochenta por ciento, diría. Muy atentas a Diego Luna, el actor que presentó una puesta en escena sobre Aullido, de Ginsberg, en un teatro Mejía repleto de groupies. Una precisa puesta en escena con una mesa llenando gran parte del escenario y con los acordes de Jaime López aportando algo del espíritu beatnik que tanto se echa en estos días en los “que en una protesta sin humor volcaron sólo una simbólica mesa de ping pong.”
El que no vargallosea (dícese de aquel que pontifica de cualquier asunto con voz grave y gesto serio) es Mario Bellatin.

Su participación en una mesa redonda, como la de Iniesta en una cancha, es garantía de espectáculo. Como cuando cuenta sobre el arte mexicano del alquiler de personas. Si te detienen por exceso de alcohol al volante, gracias a un vacío legal, puedes pagarle a alguien para que pase las dos noches de cárcel correspondientes. Como algunos hospitales piden que siempre esté un familiar a mano, hay un mercado de señoras preparadas, por una módica cantidad, para hacerse pasar por la esposa o la madre del difunto. Bellatin confiesa que está pensado seriamente en alquilarse un “negro” literario para que escriba en su nombre. Para no tener que escribir artículos sobre la violencia en México. Algunos sospechan que ya lo hizo hace tiempo.

En mi nueva vida leeré únicamente poesía. La del tuerto López, por ejemplo, uno de los grandes poetas colombianos del siglo XX, tachado en su tiempo de payasito pero reivindicado ahora, cuando un Nicanor Parra se gana un Cervantes. A Luis Carlos Lópezlo tienen un poco maltratado en Cartagena. Le mueven de lugar los zapatos viejos, ponen las placas con su nombre detrás de una farola y le amputan versos a sus magníficos sonetos. En mi nueva vida, de eso estoy seguro, no me pondré nervioso cuando una joven poeta local, únicamente vestida con un trapito que alcanza justo para tapar las zonas pudendas, escriba su nombre en mi pecho con su dedo color café. En mi nueva vida, seré capaz de escribirle versos como “Con tu traje color de chocolate/y con tus cintas de color rapé/semejas el más bello disparate/de la moda: tienes cutis de té.”
Siendo negro podré competir con los encantos de los chicos del Hypnotic Brass Ensemble y levantarme a alguna sinfómana (dícese de aquella mujer ninfómana, pero sólo con los músicos). Reseñados en el programa como “el grupo favorito de Obama”, como si eso significara algo, los jóvenes esforzados hicieron retumbar las almas de las monjas del convento de Santodomingo. Por la noche, alguno de ellos no paraba de repetir “I love Colombia, man!” Y sí, todos amamos a Colombia, todos tenemos nuestro propio plan Colombia. El de Daniel Samper Pisano consiste en nacionalizar a todos los futbolistas españoles con novia colombiana. A la espera de que aumente el selecto grupo, Piqué y Pujol formarían la defensa central de una selección a la que no le basta el irregular Falcao para llegar al Mundial. Y es que como bien afirmó el escritor Juan Esteban Constain en otra mesa, el fútbol es mucho más importante que la literatura.
En mi nueva vida me haré amigo de Óscar Guardiola, un filósofo colombiano que siempre organiza fiestas en las habitaciones de hotel en las que se encuentra: “El otro día me echaron del Chelsea en New York, pero esa parranda había que hacerla.” Guardiola cree que si Latinoamérica gobernara el mundo todos bailaríamos mejor. Y lo haríamos escuchando una música muy diferente. Guardiola habla de una trinidad, una suerte de criticismo mágico que vincula la imaginación, la determinación y la esperanza. Sin necesidad de levantarse tan temprano, ¿eh Pep?
En mi nueva vida espero organizaré mi propio festival literario, si no en Cartagena en algún otro rincón del Caribe, y nunca invitaré a monjas, ni siquiera a monjas guerrilleras como la tal Leonor Esguerra que dijo sandeces del tipo “me hice del ELN porque en mi época aún no era famosa la Madre Teresa de Calcuta” (Mother T para Manuel Vilas).
En mi nueva vida sabré hablar con autoridad, ahora del tocino, ahora de la velocidad.
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Marc Caellas es autor, director teatral, y es por encima de todo agitador cultural en sentido amplio. Su última obra publicada es la mordaz Carcelona (Melusina, 2011), en la que apedrea casi cualquier imagen complaciente que se pueda tener de Barcelona. Ciudad donde, es justo decirlo, nació el autor en 1974.

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