Por Manuel Amorós
Seguimos sin hablarnos, él porque sigue enfadado, yo porque no me atrevo. Al fin y al cabo, todo es culpa mía. Demasiadas veces actúo sin pensar, instintivamente; no puedo evitarlo.
Por la tarde, antes de cenar, paseamos juntos por el parque, en silencio. Al volver, sedienta, bebí agua en la cocina. El se dio una ducha y luego se encerró en su estudio. Me arrastraría a sus pies para que me perdonase.
Esta noche, mientras veíamos la televisión en el sofá, yo acurrucada a su lado, me ha pasado cariñosamente la mano por el lomo. Creo que he soltado un poco de pelo.
