Helena Garrote Carmena

Se apagan las luces de de sala. Una voz en off recuerda al respetable que apaguen sus móviles porque va a dar comienzo la representación. Silencio, (y alguna tos).
Se levanta el telón y una luz amarilla tostada va emergiendo a modo de amanecer en el castizo barrio que Estefanía Farias recrea en las primeras páginas de su novela ELEFANTIASIS EN SEPIA. Un rincón de ciudad habitado por gente corriente; hombres y mujeres que van y vienen en sus quehaceres diarios. Vidas pequeñas a ritmo lento que forman en su conjunto un organismo que languidece, y que falto de riego, amenaza con desaparecer.
Tiene todo el texto cierto aire teatral. Puedo ver la disposición de cada establecimiento y la persona que lo regenta junto a coloridos carteles que anuncian mercado, quiosco o pastelería. Y también tiene mucho de cine, de película costumbrista en blanco y negro, esas en las que el drama subyace en lo cotidiano.
A menudo lo grande se encuentra en el detalle, la autora lo sabe y afina a la hora de describir cada acción, cada encuentro y cada diálogo para que el lector pueda acercarse a escuchar y entender claramente el latir de cada personaje y sus circunstancias.
ELEFANTIASIS EN SEPIA es la representación de la agonía silenciosa de las cosas que van desapareciendo de a poco, casi de forma imperceptible.
Pienso ahora, que en mi ciudad, también teníamos un puente, parecido al que se describe en esta novela. Un puente que un día desapareció, pero que no acierto a recordar ni cómo, ni cuándo.
Estefanía Farias me lo ha recordado.
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