Diálogo sordo entre un avispón y un filósofo obligado a hacer un penoso trabajo de comercial

Juan Patricio Lombera







—He vuelto a fastidiarla. Me he metido en un espacio cerrado y ahora deberé buscar la salida. Ya la veo —afirma el insecto.

—¡Qué cojones! Menudo avispón se ha colado en las oficinas. En cualquier caso lo ignoraré hasta que salga de aquí. Yo a lo mío; la partida de ajedrez —concluye el filósofo.

—No sé qué mierda pasa, pero por más que revoloteo no consigo abandonar este cubículo y eso que veo los árboles del exterior. Debe de haber una barrera invisible—comenta angustiado el ser alado.

—Este avispón me está distrayendo. ¡Claro!, ya me comió la reina la puta máquina —constata irritado el filósofo—. Hay que reconocer que es bello con sus alas azules —agrega.

—No lo consigo. Será mejor que pare un rato. Estoy agotado —dice jadeante el avispón.

—Si no lo ayudo, puede pasarse así toda la tarde. Le pondré el periódico a su alcance y cuando se trepe en él lo llevaré a la ventana —decide el ser pensante.

—Y ahora este por qué me acerca ese objeto blanco y negro. Me acercaré para verlo mejor—afirma curioso el avispón.

— Ya está encima del diario. Ahora con mucho cuidado lo llevaré a la ventana —se dice a sí mismo el pensador.

—¿Qué pasa? Todo se está moviendo y a gran velocidad. Ya lo entiendo. Este ser de dos patas me ha tendido una trampa. ¡Se va a enterar! —amenaza el himenóptero.

—¡Será cabrón el desgraciado! Se me echó a la cabeza sin decir ni agua va. Menos mal que lo esquivé. No obstante he logrado acercarlo a la ventana. Ahora la abriré, esperaré a que salga y la volveré a cerrar. Fin de la historia —comenta esperanzado el devorador de libros.

—Juzgué mal al gigante. Sólo quiere ayudarme. Ya veo el camino a la libertad. Ya estoy salien…¡Ay! —grita el vespa crabro.

—¿Será imbécil el bicho? Irse a meter justamente entre la ranura de las dos hojas. Lo he matado —confiesa el que solo sabe que nunca sabe nada—. Será mejor deshacerme de él.

—Nunca hay que fiarse de un ser de dos patas. Por ello muero —concluye agonizante el insecto de la familia vespidae.

—Este suceso me demuestra la futilidad del esfuerzo humano. Buscamos ayudar a los demás y acabamos destruyéndolos —concluye existencialista el hombre—. Y ahora será mejor que me ponga a trabajar si no quiero que mi jefe me espachurre como al bicho.

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