Helena Garrote Carmena
Toda buena película debe tener como finalidad provocar emociones. Puede divertirnos o causarnos rechazo, avivar nuestras fantasías o despertar fantasmas; pero nunca nos dejará indiferentes. La emoción provocada por una película dependerá de la manera en que el relato que vemos en pantalla se asome a la boca del pozo de nuestro inconsciente. Como en cualquier otra forma de arte, van a ser nuestras más íntimas emociones – que no las del autor – las que determinen nuestra valoración.
¿A quién no le gustan las comedias?
Frente a una comedia, nos dejamos llevar, nos agrada ver el lado amable y divertido de la vida. Nos resulta gracioso vernos en cierto modo reflejados, en situaciones o actitudes más o menos reconocibles. También nuestros defectos y fechorías se exageran en la comedia y así, se relativizan y nos humanizan; y algo muy importante – a mi modo de ver – en la comedia, pase lo que pase, el final va a ser bueno. Vamos a dormir tranquilos.
“ Qué buen rato he pasado”. “Que divertida».
Misión cumplida.
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Cuando se trata de un drama, la cosa cambia. Las emociones que nos provoca este género suelen ser justo las contrarias a las que nos provocan las comedias; todo tipo de conflictos saldrá a la palestra. Veremos nuestro reflejo humano menos grato, aquello que nos amenaza, conductas que rechazamos o temores que ocultamos se harán latentes. Tal vez sea por eso, por lo que hay un punto que todo drama debe tener para que demos la película por buena; que tenga un cierre. Que se nos ofrezca una resolución favorable al problema.
Nada más desasosegante que una película con un final incómodo en el que al malo no se le coja y pague su culpa, que una espera no termine, un encuentro no se produzca, o un perdón no llegue.
Estamos poco preparados para aceptar la incertidumbre, la no solución, por eso no nos es fácil aceptar ciertas películas con final incómodo; esas donde los personajes quedan condenados a la irremediable repetición de su conflicto.
“No entiendo el final”, “no está bien cerrada”, “al final no se sabe que pasa», son expresiones que muestran nuestra necesidad interior de que todo encaje.
El cine en sus distintos géneros, nos hace disfrutar, soñar, pensar, y también funciona como un espejo. A veces resuelve y a veces no, y como en la vida, también algunas películas tienen finales “raros”.
Aceptémoslo.