José Ramallo
La pelota que arrojé cuando era pequeño
aún no ha tocado el suelo. (Dylan Thomas).
En ocasiones suele suceder que algunos lectores admiramos de tal manera a un escritor, que al momento de comenzar a escribir nuestros propios libros terminamos por imitar el estilo del autor que tanto hemos leído. Esto es, una suerte de influencia, imposible de arraigar, fusionada con una especie de Taller literario; en donde el libro leído ha sido el instructor y su redacción un ejemplo del modelo que debemos seguir. Para lograr ello es necesario dedicar varias horas de lectura a un mismo autor, como así también intercalar géneros y estilos de otros escritores. Solamente de esa manera sabremos qué autor nos inspira y qué temática nos resulta más atractiva. Alguien podría insinuar que esto es una invitación a plagiar escritores o libros – que acaso sea lo mismo – pero nada de ello sería cierto. Porque los primeros pasos de todo escritor, por lo general, persiguen este patrón o mapa de ruta. Luego de ello, el autor novel, comenzará a sentirse más confiado y se atreverá a indagar en nuevos y más arriesgados caminos, con el fin de alborear su literatura en todos los sectores posibles. De no hacerlo así, el escritor pecaría por cobarde. Ya que, el escribiente que se acomoda en un solo lugar y no escribe sobre otros géneros – porque siente que lo que hace es muy bueno y no debe salir de allí – es un escritor incompleto. Su lugar de privilegio le impide ver la necesidad de escribir para otro público y poco a poco va quedándose escondido en el olvido de una frágil mente lectora. Con el paso del tiempo, los lectores que supo conquistar se aburrirán de este autor y ya no querrán seguir comprando sus libros.
¿Adónde me dirijo con esta introducción? Pues, a que el libro, “Mamá no me odia” de Diego Rotondo, es el resultado de un claro admirador de Gabriel García Márquez. Y eso, para nada es poca cosa. Poseer semejante facultad es digno de ser aplaudido de pie. Me encontré con esa visión al leer los primeros renglones de dicho libro. Me dije: esto es fantástico. Puro realismo mágico, al mejor estilo Gabriel García Márquez. A partir de ese punto de inflexión no pude parar de leer. Creo que estuve ocho o diez horas corridas leyendo a Rotondo. Su lenguaje sencillo, veloz, cautivamente, melodramático, inusual, carismático logró apoderarse de toda mi atención y conquistó mi mirada por un extenso período.
En cuanto al contenido del libro, la obra se simplifica en un memorándum que hace un sujeto – claramente, el mismo Diego Rotondo – sobre los acontecimientos que marcaron su vida. Y, como es de presuponerse, todo comienza en su infancia y se va extendiendo hacia su adolescencia / adultez. Así, el escritor narra la historia de un chico que sufre la relación conflictiva de sus padres, el contacto y las situaciones que vive con sus compañeros de escuela, como así también los amoríos. Y por último la clarividencia que le ofrece las instituciones educativas y religiosas. Cuando todo parece rutina estampada en un iluso, viejo y torpe diario íntimo de un nene de ocho años, el escritor Rotondo combina tiempos de narración pasados con futuro – o presente – y quita del primer plano la lógica presupuesta por el lector. Con unos impulsos inesperados como esos, es imposible abrumarse.
Así mismo, como lo dije en otro momento, existe en este autor un lenguaje melodramático. Porque ciertos sucesos, que le acontecen a otros sujetos o personajes, son en verdad crudos y dolorosos. No es sencillo poder explicar – al menos en mi inhábil capacidad – lo convincente que resulta ese golpe bajo que incorpora el escritor, cuando pasa de un mero diálogo entre un grupo de chicos, hacia la acción que conlleva al fallecimiento de un sujeto. Se hiela la sangre y se estremece la piel, cuando Rotondo ilustra de manera mágica esos capítulos completamente sofisticados. El realismo mágico nuevamente aparece aquí.
¿Cuál es la segunda lectura que se puede realizar sobre este libro? Ya que, hasta aquí, se ha establecido que la obra trataba sobre el relato atemporal de un sujeto que rememora los años de su infancia, en donde incluye a otros personajes; que cumplirán el rol de ser sus amigos, vecinos, docentes, y familiares. La respuesta es abstracta e inverosímil, pero se justifica en el pensamiento de Dylan Thomas. Cuando Diego Rotondo escribió el libro “Mamá no me odia” quizás no se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Pero con su obra este escritor invita a todos nosotros – sus lectores – a sumergirnos en una esfera de cristal y volar a través del pensamiento hacia aquellas épocas en las que éramos niños inocentes, pobres de maldad, llenos de alegría e ilusionas. Y entonces sí poder recordar cómo era aquello de ser felices, libres de toda preocupación laboral, familiar, económica o política. Porque así lo indica la propuesta de Rotondo y Thomas, la pelota que arrojé cuando era pequeña aún no ha tocado el suelo. Podemos continuar jugando con la imaginación y el recuerdo, entonces.
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