Alberto Ernesto Feldman
Este libro pertenece al género policial, precisamente al policial negro. Todos los hilos que se desprenden de sus 18 capítulos convergen aceleradamente hasta unirse en el final, dándole a la historia una cierre “redondo” que aunque parece referirse en el primero sólo a la muerte del comisario López, en ese mismo capítulo una exquisita prosa poética da cuenta en realidad, sin nombrarlos, del breve y accidentado paso por las vida de todos los personajes.
Y ese comienzo, incluso con una muerte, será lo único lírico que se verá.
Desde el principio se enfrentará al lector con sus propios temores, su conformismo y sus negaciones; se sentirá identificado con situaciones de horror, sangre, y corrupción que conoce por experiencia propia o ajena, y una vez más extrañará ese deseado “Mundo Feliz” pero este es el mundo en que vivimos, y que Fernando Veglia describe con maestría y naturalidad sorprendentes, como si conociera al dedillo al policía corrupto y criminal, al policía honesto y deseoso de hacer Justicia, y a los desheredados de las “villas” convertidos desde pequeños en sádicos criminales para ganarse el liderazgo del grupo, apenas un poder efímero; un ascenso que ni siquiera les asegura la vida..
Para darnos un respiro en esa desenfrenada, violenta carrera hacia el horror, y saber que todavía podemos contar con una flor en el pantano, el autor crea sin sentimentalismo una Madre para todos, “ la Coca”, sexagenaria amorosa, pero de fuerte carácter, fruto de una vida tan terrible como la de sus “hijos postizos” pero provista de una generosa capacidad de reparación.
La narrativa de Fernando Veglia tiene características muy llamativas: es exacta, no le sobra ni le falta una sola palabra; las descripciones son tan amenas que la lectura adquiere el movimiento de una pantalla cinematográfica; con ese ritmo transcurren todos los acontecimientos, y un tercer punto es la naturalidad de las conversaciones.
Así, un intento de asalto en una casa, infunde al lector el terror de sus moradores, un diálogo entre dos vagabundos y sus historias de vida son perfectamente creíbles, lo mismo que las conversaciones en la Comisaría o la estratagema de la policía para cazar “perejiles” para que paguen delitos por alguien que tiene “amigos” entre quienes debieran ser auxiliares de la justicia.
La cruel operatoria de un grupo de piratas del asfalto, aparentemente todos ellos pacíficos comerciantes del conurbano sin antecedentes policiales, llevando una doble vida, tiene en el capítulo “Culatero” uno de los momentos más violentos y mejor descritos de “Guach@s”, solo superado por la despiadada guerra entre bandas que se disputan el territorio de sus delitos, y la torturas a que es sometido el inspector Bacano, después que sus propios compañeros lo entregan a La Guasa.
El poder y el dinero campean a sus anchas entre esos violentos marginales del conurbano, algunos de ellos con uniforme.
Quedan flotando en el aire después de leer este libro, la honradez sin premio de Bacano y la frase que Pitu dirige a Carlos, “Una gran fortuna oculta un gran crimen”.
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