De Morote, nadie se salva: ¨Melodías en la orquídea¨ de Fernando Morote

Marcos Tabossi

Quinta Heeren De Noche-Víctor Humareda (1920-1986)

“Melodías en la orquídea” es un libro que habla de la miseria humana, pero sin ser un libro miserable. Nada ni nadie se salva. Fernando Morote desnuda, expone, y ridiculiza las estructuras de poder. No necesita de garrotes ni de bombas para derribar de un plumazo el imaginario colectivo en el que se sostienen tales estructuras. Corre el velo que solemos construirnos para alivianar la existencia, y lo hace casi sin despeinarse, con una prosa fluida, ágil y simple, y con una naturalidad letal, como si todo lo dicho no fueran más que verdades de perogrullo.

Los narradores de Morote son, en su mayoría, los protagonistas de las historias. Protagonistas que son tan antihéroes y tan miserables como los universos que narran. Narradores sagaces y agudos que apelan al humor y a la ironía para levantar un poco la cabeza y poder ver con otra óptica el mundo del que son parte. Personajes que uno podría adivinar admiradores de Woody Allen por buscar la representación de la realidad más en la comedia que en la tragedia.

En “El salón de los rechazados”, el primero de los cuentos, un escritor ignoto nos cuenta las peripecias que debe atravesar para cumplir con sus aspiraciones de publicar y ser reconocido. Pero en el camino no puede menos que exponer las grietas (más que grietas parecen surcos) del mundillo literario, la industria editorial, y todo lo referido a los círculos de la intelectualidad y el arte.

En “La toalla manchada de sangre” el protagonista, un policía por el que nadie se haría proteger, recorre la supuesta ruta de un homicidio interactuando con simpáticos personajes nocturnos que adornan el paisaje limeño.

Luego viene una serie de relatos cortos bajo el sugerente título “El país de los feos”. Allí el autor se despacha contra su Perú, el Perú que tanto ama. Tal vez por eso, por amor, es que puede exhibir mejor que nadie cada pelusa del saco.

Siempre, y en cada relato, el autor trabaja desde el sarcasmo. Porque el sarcasmo tiene la bella virtud de dejar al descubierto la ridiculez humana.

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